miércoles, 9 de abril de 2008

TRAVESURA DE INFARTO de Lola Bertrand


-Mamáaaa, Guille se ha arrancado la lengua,- escuché decir a Loló, mi hija mayor, de cuatro años, parada en el quicio de la puerta de mi habitación.
Detrás de ella…
Era un tórrido día del mes de julio, vivíamos en Sevilla por aquel entonces, y a pesar de mis recién cumplidos veintidós años, ya tenía tres hijos que me tenían siempre cansada y medio loca.A las cuatro en punto de la tarde, -sé que era esa hora porque en un impulso miré el reloj cuando escuché el grito- estábamos, mi marido y yo, tumbados encima de la cama, con un ojo abierto y otro cerrado,tratando que pasaran lo antes posible las horas de calor. La persiana estaba semi-cerrada, por lo que la habitación se hallaba en penumbras.
Mis dos hijos mayores, en la habitación de al lado, se entretenían en silencio con sus juguetes…"Demasiado silencio", recuerdo que pensé en un momento dado.Entré en un duerme-vela, vencida por el calor y el cansancio, hasta que las palabras de Loló, parada en la puerta de la habitación, me despertaron de golpe:
-Mamáaaa, Guille se ha arrancado la lengua…
Detrás de ella apareció Guille, balbuceando, con la boca abierta y "algo" colgándole, unos veinte centímetros hacia fuera.Me puse nerviosa, a qué negarlo, y mi esposo también. Había poca luz,por lo qué "lo que vimos" horrorizados, fue la lengua del niño balanceándose entre los labios, y… aquél extraño gorgoteo que no eran palabras.
Las siluetas de mis dos niños se recortaban contra la luz que entraba del pasillo, y verlos allí, parados, semi desnudos, me produjo un escalofrío de miedo: ¡parecían un par de gnomos salidos del aire!
Guille, a pesar de sus tres años, era tremendo, lo suyo era travesura tras travesura, cada una más extravagante que la anterior, pero arrancarse la lengua, aquello era ya demasiado, esta vez se había pasado de rosca.Encendimos la luz de la habitación para ver cómo de grande era el desastre. Confieso que cerré los ojos un instante: ¡no quería verlo!
Cuando los abrí, pude comprobar que lo que le colgaba de la boca a mi hijo, no era su lengua: ¡era un brazo de plástico de una de las muñecas de su hermana!
Reconozco que tengo un hijo muy original, y laborioso también, porque no es fácil meter la lengua por un agujerito tan pequeño: meterla entera.El problema que se nos planteó era terrible: ¡sacarla de donde estaba!La lengua se había hinchado y hecho el vacío; empezamos por tirar con mucho cuidado, pero, ni por esas , nada de nada , y el niño chillaba de una manera rara.
Segunda opción: cortar el brazo con un cuchillo, pero… ¿ y si de paso le cortábamos la lengua?; nos dio miedo, empezamos a sudar y apensar a toda la velocidad que nuestro cerebro sorprendido nos dejaba.¿Una cuchilla?, no, es muy frágil para cortar el plástico rígido.¿Las tijeritas de las uñas?, peor, se rompieron al primer intento.Untamos la unión del brazo con la lengua con: jabón, miel, VicVaporub, Nivea…
Pensábamos que así se deslizaría hacia fuera, pero nada. Guille,berreaba,-creo que arrepentido-, y todos sudábamos a pesar de estar practicamente en pelotas, pero el calor y la excitación nos habían colocado casi al borde del infarto.
Mi marido me preguntó, como dudando:-¿Y con el taladro? Si le hacemos unos agujeritos muy finos, con mucho cuidado, claro, a lo mejor se "desprende "sola….
-Ni se te ocurra,- sentencié perdidos ya los papeles-, a "mi niño"no le agujereas tú la lengua.A las seis de la tarde decidimos afilar bien las tijeras del pescado,y con una paciencia infinita conseguimos liberar la lengua de Guille;Loló aplaudió como si aquello fuera una función de teatro de lo absurdo, aunque la lengua se había quedado completamente negra e hinchada.Pasó tres días sin poder hablar, ¡angelito!, y nunca más tuvo la curiosidad de escarbar dentro de las entrañas de una muñeca.
No sé que fue peor, su siguiente paso consistió en hacerse "bricolajero", pero esa es otra historia…

Lola Bertrand

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