miércoles, 30 de abril de 2008

HIGADO DE BACALAO de Carmen Amaralis

Tengo la sensación de flotar con muy poca familia, aunque debería ser lo contrario, pues de pequeña recuerdo tener sobre cincuenta primos.
Un total de dieciocho tíos maternos y cinco tias paternas se dedicaron con mucho empeño a poblar la Isla.

Visitar algunos tíos en domingo era nuestra pasión, especialmente los tíos que tenían muchos hijos, como tía María. A esta tía nunca la vi sin barriga, parió nueve hijos, desde bien grandes hasta bien pequeños. Alice, mi hermanita y yo, nos mirábamos como dos bobas entre tanta risa y tanta algarabía que rodeaba a la tía María, la hermana favorita de mi papi.

Desde pequeña yo era muy analítica, y recuerdo la gran preocupación que me daba imaginar a la tía María freír papitas fritas francesas(french fried) para toda su prole. Cuando mami freía papitas Alice y yo siempre peleábamos por ellas, nunca eran suficientes, y la idea de mis nueve primos repartiéndose sus papitas me causaba una gran desazón.

Y llegó en tiempo normal, y nos dieron varicelas.

La casa de Abuela Cun se convirtió en un hospital inmenso. Todos los primos nos contagiamos los unos a los otros, y en un momento dado llegamos a ser más de doce recluidos en los ocho dormitorios de la casona de abuela.

La fricción con calamina la recuerdo como un verdadero teatro, todos desnuditos, nenas y nenes, desde cuatro a diez añitos, juntitos y titiritando en perfecto orden, en fila como soldados en martirio,llenos de ronchas y brotes por toda la piel.

Adorábamos a nuestra abuela, tan bella, tan grande, y dulce, tan profesional con aquellas manos tan suaves aliviando el ardor que consumía nuestros cuerpitos tiernos.
-Abuela, ¿por qué Tito tiene esa tripita colgando y yo no?
Abuela no tenía tiempo para contestar tantas preguntas, asumía su rol de enfermera con mucha seriedad y esmero.Cuando llegaba mi turno, percibía una mirada de preocupación en sus grandes ojos grises.Y murmuraba entre dientes:
- Esta no me llega a grande, está muy desnutrida.Y seguido de estas palabras, sacaba del botiquín un jarabe de hígado de bacalao, y me obligaba a tomar una cucharada. Yo trincaba la boca,y forcejeábamos, pero abuela siempre ganaba, y me premiaba con un beso sobre la varicela más grande en mi frente.

Han pasado muchos años, abuela ya no está, los tíos casi todos han partido a su encuentro, los primos siguen rumbos infinitos y lacasona abandonada, casi en ruinas, espera por ser demolida para dar paso a un multipisos de apartamentos.
Los jarabes de abuela surtieron su efecto, crecí como un roble, con las marcas del hígado de bacalao en la espalda.

Y hoy me vi en la mirada la nostalgia reflejada en el espejo de los recuerdos. Sola,muy sola.Pareciera como si nunca hubiera tenido aquella familia tan grande.
Carmen Amaralis

martes, 29 de abril de 2008

EL SANTO DE PAPÁ de Lola Bertrand


El veinticinco de Julio siempre fue uno de los días más importantes y divertidos de mi infancia; era el santo de papá y en casa ese acontecimiento se celebraba por todo lo alto.
A dicho evento asistían casi todos nuestros tíos y primos, así como también muchos de los amigos de nuestros padres. No quiero ser exagerada, pero si calculo un mínimo de 60 personas no me quedo corta.
Quince días antes se empezaba a ver movimiento en casa y recuerdo lo muchísimo que nos reíamos comentando donde íbamos a almacenar tanta comida.
Papá encargaba a diferentes mujeres del pueblo – Villamayor- algunos de los alimentos que deberían proporcionarnos. Estaba la encargada de hacer docenas de croquetas de jamón o pollo, la de las tortillas de patata, la de las empanadillas de bonito, y hasta la de la mayonesa para la ensaladilla rusa.
Hay que tener en cuenta que en aquella época la mayonesa había que hacerla a mano – por cierto que a mí me salía muy bien - pero… ¡cinco docenas de huevos de mayonesa!, eso era demasiado para la niña que era yo en aquellos tiempos. ¡Cómo nos reíamos pensado donde almacenar tanta mayonesa! Hasta pensamos vaciar la piscina y ponerla allí dentro…
En casa asábamos pollos, cocíamos patatas y huevos, preparábamos ensaladas, picábamos judías verdes, seleccionábamos frutas y hacíamos pasteles, y me incluyo porqué allí tenía que cooperar hasta el último gato.
Era una revolución, os lo puedo asegurar, pero tanta algarabía hacía que los niños estuviéramos excitados y expectantes al máximo. Lo cierto es que muchos recuerdos andan perdidos en mi memoria, pero otros están realmente frescos, como si “el santo de papá “hubiera sido ayer.
El día señalado se extendían grandes manteles sobre la hierba del jardín, se llenaban de manjares y alrededor de ellos nos sentábamos los niños – no menos de veinte - la mayoría de nuestros primos eran “bastante pijos” por eso en ese día en que venían a nuestros terreno podíamos hacerles unas cuantas jugarretas para reírnos de ellos…
La abuela Blanca era la matriarca de la familia y se sentaba en un cómodo sillón de mimbre que colocaban bajo el gran cerezo que se alzaba junto a la piscina, a su alrededor se distribuían el resto de los mayores, en aquella zona del jardín ponían mesas cargadas de alimentos y grandes baldes con hielo para enfriar las bebidas.
En algunas ocasiones a lo largo de mi vida he tenido que ser anfitriona de alguna fiesta multitudinaria – el trabajo es ingente- pero nunca, ni con mucho he podido llegar a la altura del “santo de papá”, en muchas ocasiones les doy las gracias, en silencio, por haber dejado en mi memoria recuerdos tan bellos.

Lola Bertrand

LA COINCIDENCIA de Ernesto Engarza

Habían acordado reunirse en la taberna de Juan Antonio "El Mosquito", en Rute. A las seis de la mañana, antes de que amaneciera, pues el grupo de cazadores debía salir con el alba hacia el Coto ya concertado, para cazar la perdiz en ojeo. No sin antes, echarse al coleto las consuetudinarias copas de aguardiente para combatir el frío de la madrugada.
Desde Lucena, en un "Land Rover", viajan, para asistir a la convocatoria, cuatro amigos, pertrechados de sus escopetas, cananas, cartuchería, etc., con los indumentos propios de la cacería
La noche es cerrada y el cielo está negro y encapotado amenazando copiosa lluvia.
Para acortar tiempo y distancias, el "Land Rover", emprende ruta campo a través, por caminos terrizos que discurren entre espesos y sombríos olivares. Ya próximos, en su viaje, a las inmediaciones de Rute, una lluvia torrencial va dificultando la marcha y la visibilidad, aguzando la vista del conductor que redobla sus precauciones en el camino totalmente anegado.
De pronto, el piloto, queda como hipnotizado, y por unos momentos, con la vista fija a unos diez metros del punto por el que discurría. El frenazo hizo patinar al coche en el camino embarrado, y al detenerse, quien conducía, absorto, y mirando a sus compañeros, les preguntó: - ¿Vosotros habeis visto lo que yo he visto? -. Uno de los acompañantes iba distraído charlando con los demás y dijo no haber visto nada; pero los dos restantes, con ánimo sobrecogido y llenos de sorpresa, le contestaron casi al unísono que habían observado como una niña vestida de primera comunión, con una bolsa-limosnera, corona de blancas flores, nacarado devocionario y una luz en la mano derecha, atravesaba la senda y se perdía entre los olivos. Ello, confirmó la visión del conductor.
Comentaron con emoción exaltada la sorpresa y trataron de escudriñar con la vista, hacía dentro del olivar, sin hallar ningún vestigio de la niña en cuestión. Cuando se tranquilizaron los ánimos, después de la fuerte impresión que la visión les causó, pusieron de nuevo el coche en marcha hasta arribar a la taberna del "Mosquito" donde les esperaban. Aún no había amanecido.
Allí debían de estar tres compañeros con los que formarían grupo para la cacería proyectada, pero solo encontraron a dos. Estaban acodados en el mostrador, con sus copas de aguardiente ya comenzadas. Al entrar los cuatro lucentinos, con semblantes cariacontecidos y tras de los saludos de rigor, preguntaron enseguida por el hombre que faltaba: un tal Ginés Padilla. Los interpelados, componiendo sombríos rostros, se miraron entre sí, y por fin, "El Mosquito" resolvió la pregunta contestando: - "Ginés no vendrá. Está, desde ayer tarde, velando a su hija Estrella, que murió repentinamente de un ataque al corazón. Ayer de mañana, hizo la Primera Comunión. La zagalilla tenía siete años, pero ya, desde hace un tiempo, venía padeciendo enfermedad. El entierro será esta tarde." –
Un silencio denso, pesado, abrumador, se apoderó de todos los concurrentes. Las copas de aguardiente iban sucediéndose ininterrumpidamente y "El Mosquito" ni siquiera reparaba en contabilizarlas para su cobro. También él las bebía pausadamente.
La luz del mediodía, mortecina y velada por la densa lluvia, se filtraba a través de la ventana.
Las escopetas, la cartuchería, las mochilas…, quedaron olvidadas en un rincón de la taberna, mientras afuera, arreciaba la lluvia, y las gruesas gotas iban dejando una monótona letanía sobre el techo del "Land Rover" aparcado en la puerta.
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29-4-08 Ernesto

EL NIÑO de Luis A. Alcocer

El pobre niño ahogado flotaba cielo arriba, del mar en el vacío.

El pobre niño ahorcado nadaba entre paredes, del aire al infinito.

-----Luis A. Alcocer

lunes, 28 de abril de 2008

VAMOS AL MAR de Isamar Garrido


Aquellos maravillosos veranos seguirán siendo imborrables ennuestras retinas…
Hacía muchísimo calor, demasiado para soportar más de tres meses de intenso bochorno sin poder remojarnos en el mar, y de ello siempre fue consciente nuestro adorable e incansable padre.
A pesar de que nuestros medios económicos no eran precisamente boyantes en aquellos tiempos, siempre había un respiro aunque fuera sólo el domingo, para programar una excursión a la playa.
Dado el escaso tiempo de un solo día, nos despertaban a las 7 de la mañana para aprovechar el máximo de horas al sol, y siempre se repetían las mágicas palabras: ¡vamos niñas que es la hora! , no hace falta ni decir que las tres saltábamos de la cama como cigarrones.
Nuestra madre la noche anterior ya se había ocupado de preparar la sabrosa comida a base de tortilla de patatas y filetes empanados, que posteriormente saborearíamos sobre la mesa plegable instalada en la arena.
Partíamos cargados como mulos, sombrillas, mesa, sillas, nevera,bolsas, y el coche parecía estirarse como un chicle.
Una vez en camino, nuestros padres empezaban a cantar y ni siquiera echábamos de menos la radio, ya que los ciento veinte kilómetros de distancia los recorríamos entre canciones de Machín, tangos de Gardel y otras letras populares que llegamos a aprender al dedillo.
Dos o tres paradas antes del disfrute eran siempre necesarias, pues quienes viajan con niños ya sabemos, que si pis, que si tengo fatiga,etc., etc.…, aunque lo más importante de todo era llegar bien, y eso gracias a Dios siempre fue así.
Así alcanzábamos nuestra meta, el mar, el maravilloso océano nos estaba esperando de nuevo y nosotros salíamos disparadas del coche como cohetes para zambullirnos en él.
Después de una provechosa jornada, retornábamos felices a casa con la esperanza de volver a ese extraordinario lugar cuanto antes.
Desde entonces, hace más de cuarenta años que el agua salada cristalina forma parte de nuestras vidas, y aunque ya no tenemos que cargar con comida ni bártulos, ni regresar en el día, daría todo lo que tengo porque fuera así y nuestro padre pudiera acompañarnos ,aunque estoy segura de que su alma viajera me sigue a todas partes.
ISAMAR. Abril /2008.

miércoles, 23 de abril de 2008

UNA JORNADA NORMAL de Alix Rosales

A mis sobrinos quienes abren paso en las rocas...

—¡Ramón!, ¡Ramón!, ¡despierta hijo!, ¡levántate!
Esta frase se repitía en su mente hasta cuando estaba en su séptimo sueño.
—¡Ramón!, ¡Ramón!, ¡despierta hijo!, ¡levántate!
Y es que es verdad... ¡debía levantarse!
—...Ya voy...respondió soñoliento y pesado.
—¡Se hace tarde hijo! Yo me voy, la patrona quiere que llegue media hora antes. Sobre la mesa te dejé leche y pan. Con lo que ganes hoy, compra un poco de jamón.
Le dio un beso en la frente y se fue.

Ramón salió momentos después, miraba en su entorno: la ciudad agresiva, ruidosa y soleada como todos los días de Caracas. En el boulevar se encontró con Teresita, una vecina:
—¡Hola Ramón!..Me das una limpiadita... si me dan el trabajo, bueno, si me escogen en la entrevista que tengo hoy...
—Esta bien Teri, no te preocupes, seguramente al verte ¡te darán el trabajo!

Desde una cafetería cercana le llegaba un aroma exquisito de café y cachitos de jamón*. "El jamón, que no se me olvide el jamón".
Más tarde:
—¡Don Lucrecio!, ¿cómo está?, mi mamá me manda a decirle que este mes le paga todo.
—¡Ah...! dile a tu madre que yo espero, pero también me desespero...Mientras tanto, ¡dame una limpiadita ahí!
Pasado el medio día, la competencia entre los "limpia botas" es muy difícil, y todos pregonan su servicio:
"¡Limpiecitos, limpiecitos...como nuevecitos!", gritaba uno.
"¡Como espejos se los dejo!"...decía otro
"¡Servicio barato, barato...!" agregaba otro chico simultáneamente.

Al caer la tarde, Ramón pescó un cliente finalmente:
—... ¡pero me haces una rebajita chamo!*

El chico contó las monedas que había ganado, no le alcanzaba para comprar los 100 gramos de jamón. Al llegar a su barriada, encontró a Inesita sentada en la escalera.
— ¿Qué te sucede Inés, por qué lloras?
—El dueño nos mandó a desocupar, por tercera y última vez... ¿Qué podemos hacer?, ¡nada podemos hacer...!
—No llores...toma, cómprate algo para comer.

Cuando Ramón volvió a su casa, percibió un rico olor de arepas*.
— ¡Hola Mamá, humm...qué bien huele!
— ¿Compraste el ...? La interrumpió — No mamá, traje tristeza y un poco de hambre, que seguramente con las arepas ¡sabrá muy ricas!

Alix Rosales
*Cachitos= Croisan, corneto
*Chamo= chaval
*Arepas= plato tipico, es una especie de torta de maìz precocida, que sirve para acompañar cualquier comida.

DERECHOS de Emma Rosa Rodriguez


En el hospital había un gran revuelo.
Periodistas de todo el mundo esperaban con impaciencia el fin de aquella aventura que había comenzado nueve meses antes y que suponía un gran avance para la ciencia, pero los médicos en el quirófano al practicar la cesárea se encontraron con algo inimaginable:
Del vientre masculino emergía una manita minúscula que portaba una nota:

"No quiero ser famosa, ni que me fotografíen, ni que difundan mi historia ni mi nombre. Sólo quiero ser una niña normal y anónima para el mundo. ¡Por favor, no quiero convertirme en otra Louise Brown…!"
Emma Rosa Rodríguez

lunes, 21 de abril de 2008

ENTRE ALGODONES de Lola Bertrand


-Jazmín, hija, por favor, ven a comer.
-No tengo ganas mamá.

Pues sí, me llamo Jazmín, una locura maternal que me trae a mal traer. Quisiera ser Adela, Claudia, Eloisa, Marina, -en especial este último nombre-, pero no, tuve que llamarme Jazmín, como la protagonista de la novela que estaba leyendo mi madre: “Amor detrás de los visillos”

-Jazmín, vas a enfermar: no te da el sol, no comes, apenas hablas,
¿quién te va a querer así…?
Hay Señor, Señor, nunca casaremos a esta hija,- se lamentaba mi madre cada dos por tres, y mi padre asentía.

Tengo diecisiete años y estoy enamorada. Ellos no lo saben, si lo supieran me meterían a monja.

Esa es otra, acabo de dejar el internado de monjas Ursulinas: diez años de internado aprendiendo piano, cocina, pintura, bordado y unas pinceladas de cultura general.
Me acaban de dar un diploma de perfecta señorita, y esposa y ama de casa excepcional.

-Jazmín, ¿qué te pasa, es que quieres quedarte para vestir santos? Hija, por el amor de Dios, tus amigas del colegio ya están comprometidas, se van a llevar a los mejores partidos. En las fiestas a las que acudimos te muestras seca, incluso impertinente. Se empieza a murmurar…

Madre no sabe, y padre tampoco, que estoy enamorada de Rodrigo. Me tiemblan los pulsos de tan sólo escribir su nombre.
Rodrigo es el hombre más sensible, apuesto y varonil con el que me he tropezado en mi corta vida, pero tiene un montón de defectos: es el mejor amigo de mi padre, tiene treinta y nueve años y está comprometido.

-Jazmín, Jazmín, la comida se enfría.
La voz chillona de mi madre me vuelve loca. Abro el libro que tengo sobre mi falda:
“Volverán las oscuras golondrinas
de tu balcón sus trinos a colgar,
y otra vez , con el ala en tus cristales jugando llamarán”
Me apasiona Bécquer, me transporta, me envuelve, La voz de mi madre se pierde en la lejanía y aparece Rodrigo.

Flor,- el siempre me llama Flor, jamás ha pronunciado mi nombre-, el hombre que te posea, cuando te enamores, será el más feliz del mundo. Eres especial: hermosa, sensitiva, con personalidad…
Él es un ser cálido y de voz profunda. Su cuerpo atlético y sus maneras suaves hacen palpitar mis pulsos. Me trata como a una mujer, lo siento dentro de mí, por eso mis noches están pobladas de su piel…

Han pasado dos años, yo sigo sentada en mi balcón rodeado de madreselvas, con el mismo libro de poemas de Bécquer entre las manos:
“Afloró a sus ojos una lágrima
y a los míos una frase de perdón…”

Teresa, la prometida de Rodrigo, murió de unas fiebres de malta un par de meses antes de la boda. Él sigue visitándonos, sigue siendo el mejor amigo de mi padre, sigue teniendo veintiún años más que yo.
Nunca me ha llamado por mi nombre: aun soy Flor para él.
Sigo soltera. Aguardo…

-Jazmín, hija, ¿tan desagradables te resultan todos tus pretendientes?

“Afloraba a sus ojos una lágrima”, decía el libro.
Rodrigo estaba frente a mí y se la bebió.

Lola Bertrand

LA DELGADA LINEA NIPONA de Angeles Cantalapiedra


¡Jó, qué mal rato!, llevo todo el día llorando, es más, no veo el fin del lacrimógeno estado en el que me hallo…Mi madre sostenía invariablemente que la vida es el arte de ver más allá de las apariencias; nuestra existencia es una obra de arte que pintamos cada día que transcurre sobre nuestras horas perdidas. Muchas veces está recubierta de miedos, culpas, indecisiones y complejos.Fingimos ser fuertes para que nadie atisbe nuestra fragilidad, hasta que llega algo o alguien que nos rompe el corazón; desarma nuestro caparazón defensivo y nos mostramos tal y como somos: seres imperfectos, llenos de contradicciones y deseosos de no ser lo que somos, de aceptarnos y que nos quieran con todas nuestras limitaciones.Os cuento… perdonad un momento que me sueno los mocos y beba un vaso de agua; tengo, de tanto llanto, hipo… ¡Ya!. Continúo, disculpad.Como decía… Yo era una mujer moderna, de esas que por encima de todo estaba su independencia. Mis estudios me habían llevado al triunfo profesional, que en vez de hacerme humilde, mostraba ante los ojos de la gente, la parte más oscura de mi yo eternamente engreído.Nadie conocía más que yo que muy dentro de mí lo que había era una lucha titánica por no parecerme a la esclava de mi madre. Jamás tuvo una vida propia y vivió para los demás sin pedir nada a cambio.Los años pasaron y mis amistades se fueron perdiendo en otras vidas, más familiares y muy aburridas para lo que era en aquel entonces la existencia para mí.Tenía amantes esporádicos que satisfacían mis necesidades sexuales, pero lo que es una relación más seria, nada de nada. ¡Qué horror!, no estaba dispuesta a compartir mi cama ni a lavar unos calzoncillos, y menos soportar las frustraciones de otra persona. Con lo mío ya tenía bastante.Recuerdo aquel día muy bien. Era el mes de marzo y la primavera en ciernes estaba a punto de dar su estallido colorista cuando sonó el teléfono. Era mi amiga Carmen que se iba a acercar a la embajada nipona para conocer los pasos que debía dar para adoptar una criatura. Llevaban tiempo intentando tener hijos, pero todos los esfuerzos habían sido inútiles: Raúl al final resultó que era estéril.
Un amigo común les comentó que en China era bastante fácil adoptar un niño… Así transcurrieron dos años y la burocracia continuaba su curso. La desolación comenzó a hacer mella en sus ánimos hasta que un compañero de Raúl les sugirió que se acercaran a la empajada Nipona y preguntaran por Kondô Motohiro, él les informaría.Como su marido no podía ir aquel día, acompañé a Carmen; todo el trayecto hasta llegar a aquella sala y ver el personaje tan extraño que nos recibió no paré de decir la locura que iban a hacer y si aquello salía bien, su libertad, su independencia y tranquilidad terminarían para siempre. Todo fue inútil, no me hizo caso e hizo bien ignorar mis imprudentes palabras.El japonés aquel tenía pinta de mafioso, algo indescifrable me hacía pensar que el hombre no era legal; hablaba correctamente el español, pero su tono era muy quedo y misterioso. Comentó que en tres meses podrían ir a Japón a por el bebé, siempre y cuando hubieran ingresado en un número de cuenta de un banco en París la insignificante suma de 36.000euros… ¿Era aquello normal? Pues no. Carmen no pensaba, se limitaba a rellenar papeles como una poseída, no por el diablo precisamente sino por aquel enano japonés.Todo estaba plagado de anomalías, pero incluso Raúl, que siempre le consideré un hombre sensato, en esta ocasión desoyó mis alegatos; hizo bien… ya les diré por qué.Pasaron dos meses desde aquella entrevista, y mis amigos no había vuelto a saber nada del señor Motohiro hasta que recibieron por correo certificado unos papeles muy bien sellados; todo aparentaba ser de lo más normal y legal. Iban acompañados de una nota manuscrita en la que indicaba que era el momento de ingresar el dinero.Estaban cegados por la emoción, no por aquellos papeles sino por el contenido de un pequeño sobre que iba adjunto al resto del envío.Fui a su casa y al abrirse la puerta topé con cuatro ojos que no cesaban de llorar; yo, no comprendía nada y todo me sobrepasaba.Tiraron cada uno de mis brazos hasta sentarme en el sofá y con gran ceremonia me dijeron:- Sofía, te presentamos a nuestra hija Jia Li Chang.Desde aquel día, no he dejado de llorar; no sé si por simpatía hacia mis amigos, o porque aquel trozo de papel en el que se veía reflejada una carita redonda como una sandía había descubierto que yo era capaz de tener un sentimiento más allá de mi misma.Faltaban dieciséis días para que Carmen y Raúl se embarcaran en la aventura más importante de sus vidas cuando sucedió el imprevisto más cruel que la vida nos puede dar. Aquella noche salieron a cenar con unos amigos, era viernes y el restaurante escogido estaba a las afueras de la ciudad; todo transcurrió bien hasta que apareció aquel stop y un borracho se lo saltó.En aquel instante, el coche de mis amigos pasaba a la velocidad reglamentaria, pero de nada sirvió; un loco no paró y se llevó el coche por delante.Una llamada de Patricia, hermana de Carmen, me despertó a las diez de la mañana: Raúl y Carmen habían muerto.Los dos días siguientes fueron de autentica pesadilla; nada parecía real y la sensación de estar flotando era constante. Llegué a pensar que si me dormía, cuando despertara, todo volvería a la normalidad, simplemente era una jugarreta de la imaginación, pero no, aquello era más verdad que la vida misma.Al quinto día, fuimos todos ya conscientes de lo inevitable y mi obsesión era pronunciar "Jia Li Chang"Hablé con los hermanos de Carmen; ellos deseaban entrevistarse con el enano japonés para que les devolviera el dinero, nadie mencionaba a la niña: dinero, dinero y dinero, eran sus únicas palabras.Como era de esperar, el enano mafioso dijo ¡Santa Rita, Rita, lo que se da no se quita!Nadie quería a la niña; yo cada vez más encendida. ¿Qué era más cruel, desaparecer dos vidas o abandonar a la suerte a aquella criatura? Todo era horrible, la verdad.Las ganas de denunciar al japonés eran enormes; el instinto asesino de estrangular a la familia de Carmen iba en aumento, pero por encima de aquello estaba un niño indefenso que, si no hubiera sido por los designios del Todo Poderoso, esa criatura hubiera crecido rodeada de amor y calor… ¿Qué hacía yo pensando semejantes cosas? Sin duda, me había trastornado, pero ya no había marcha atrás: les daría los 36.000€ y me quedaría con la niña. ¿De dónde sacaría el dinero? El tiempo lo diría.Sin darme cuenta, me vi subida en la mejor aventura de mi vida…Conforme el avión se aproximaba a mi destino, empecé a sentir un crujir en el estomago; por la ventanilla veía luces rojas, azules y doradas que se perdían en el infinito y yo me preguntaba, ¿en alguna de esas luces estará esperando mi hija? Pronunciar esta palabra me llenaba de una emoción difícil de describir, así que se pueden imaginar lo que hice en aquellos momentos tan cruciales: Llorar.El avión aterrizó y el país de los contrastes, el imperio del sol naciente me dio la bienvenida. Kyoto es quizá la ciudad que mantiene casi intacto el espíritu nipón, su esencia y cultura. Tuvo la suerte de no sufrir muchos bombardeos en la Segunda Guerra Mundial; por ello, los templos, palacios y edificios más representativos se mantienen en pie.Casi no me había dado tiempo a leer nada de aquel país, pero lo que son las cosas en la vida: lo poco que pude, me caló muy dentro.Al llegar al hotel, me dieron un mensaje: al día siguiente un tal Veno Mizuka me pasaría a recoger a las nueve de la mañana. ¿Sería hombre o mujer? Miré el reloj y faltaban exactamente veinticinco horas para el encuentro. ¿Qué podría hacer mientras tanto?Cogí un mapa en inglés que estaba en la habitación y me fui a recorrer la ciudad en bicicleta ya que es una ciudad muy plana; iba muy despacio no sé si por temor a perderme, por el placer de deleitarme, vieja afición viajera, o por sentirme "Gaijin" una completa extraña en aquella ciudad donde se combina la modernidad y el pasado de una forma exquisita.Veía a mujeres con sus kimonos arreglando diminutos bonsáis que adornaban la entrada de sus casas, una geisha que se dirigía presumiblemente a una cita; visité el templo Chion-in que posee la campana más grande del país. Camine con la bici en la mano por entre los numerosos canales y pintorescas calles. Entré en un "Izakaya" especie de Púb japonés donde presencié la ceremonia del té, y vi como el sol retornaba a su ocaso sentada en uno de los jardines más bellos que mis ojos hubieran contemplado jamás a la orilla del río Kamo.Al anochecer, exhausta retorné al hotel; después de la ducha me acomodé encima de la cama. Sentía una tranquilidad, una paz en mí, inauditas.Hice un balance mental de los últimos acontecimientos en mi vida y puedo asegurar que exceptuando el dolor que sentía y que sentiré siempre por la pérdida de Carmen y Raúl, no me arrepentía de nada; con serena calma afrontaba un futuro incierto y desconocido, lejos de lo que estaba habituada, donde el orden imperaba no sólo en mis armarios, trabajo, amigos, sino también en mi cabeza donde nunca se halló la improvisación, acto que a partir de mi decisión, regiría el resto de mi vida.Las vivencias a veces nos presentan unos enigmas descifrados que sorprenden incluso al más versado sobre sí mismo.Crees conocerte y no es así; un buen día destapas "La caja de Pandora" y alucinas viéndote delante de un espejo que eres un extraño, un extraterrestre que se ha colado en ti sin permiso de admisión.Descubres una faceta que ni por asomo sospechabas que tuvieras: yo descubrí la ternura más dulce y merengosa que una persona puede tener. Lejos de darme asco, me deleitaba con y para ella.El día había llegado; desde las cinco de la mañana estaba despierta, dando tumbos por la habitación; miedos, dudas se agolpaban a las puertas de mi mente. Numerosas preguntas que me hacía, caían en el vacío sin respuesta. ¿Me vería la niña muy vieja para ser su madre? ¿Me vestiría al estilo oriental u occidental para que ella extrañara menos?¡Maldita sea! Toda la vida sabiendo que debía hacer en cada momento y ahora estaba perdida en un mar de nervios, como si tuviera quince años y estuviera esperando mi primera cita."Tienes treinta y seis años idiota" me decía para que espabilara, pero para lo único que servían estas palabras despreciativas hacia mi misma eran para una cosa. ¿Lo adivinan? Sí, para llorar aún más y más.Jia Li Chang significa buena, bella y libre. En el centro del hall se hallaba muy erguida una mujer baja, hermosa, diría extraordinariamente exquisita , vestida con un kimono bordado con pavos reales y en su mano derecha sujetaba la flor más linda que jamás había visto: mi hija.Desde el primer instante supe que era ella, mi instinto maternal me lo decía claramente "Sofía corre a estrecharla entre tus brazos", pero no, me quedé clavada en el suelo, los músculos agarrotados -cuánto deseé en esos momentos tener un hombre a mi lado, deben de ser buenos para esos momentos.Una timidez nada mía me invadió al puro estilo Made in Japan; fue ella quien se abalanzó sobre mí. ¿Tan listos eran los niños que adivinaban e intuían?… Después de los primeros instantes de estupor, nervios y sorpresa, en los que Veno se mantuvo a una distancia prudencial para que Jia Li Chang y yo tuviéramos nuestro primer contacto más o menos íntimo -todo el hall del hotel nos había hecho corro y nos miraban con unas sonrisas comprensivas que me pasmaron.Sus modos y formas eran tan distintos a los del enano mafioso que ardía en deseos de preguntar a aquella mujer si todo lo que estábamos haciendo era legal; como era de esperar, me confirmó que a medias. Como ya sabía, la burocracia era muy lenta y había familias que, o las ayudabas rápidamente, o el gobierno les quitaría lo poco que tuvieran. El dinero que pagamos, parte era para ir comprando a unos y a otros, y el resto sería donado, una pequeñísima cantidad a la familia, una vez pagadas todas sus deudas pero, ¿cómo podían desprenderse de un hijo? No me cabía en la cabeza.Veno me explicó que las familias eran muy numerosas y que desprenderse de uno de sus miembros podía ayudar a salvar a los nueve restantes. ¿Qué pasaba con el control de la natalidad? ¿De verdad no querían a mi pequeña Jia Li Chang? Un instinto egoísta, muy distinto al que había sentido toda mi vida, se apoderó de mi persona: la niña era mía y sólo mía. ¿Dónde había que firmar para largarme de allí antes de que me quitaran a mi hija? Un miedo a que apareciera el enano japonés con una sonrisa diabólica y me quitara a la niña me inundó.Las horas posteriores fueron un sueño mágico que jamás podré omitir. Un ser diminuto, de ojos rasgados, tambaleándose a cada paso que daba, abriendo ojos y boca cuanto podía, expresaba su admiración, asombro y sorpresa por el mundo que una analfabeta en sensibilidad le enseñaba.No nos entendíamos, su idioma y el mío eran equidistantes en compresión, pero nuestros gestos traducían de la nada al todo por el todo.Su palabra favorita era "Ping" y la mía "Genial" Por lo que terminamos intercambiando nuestras dos únicas palabras que éramos capaces de vocalizar.Para ella todo era genial, para mí el mundo era ping; al día siguiente, Veno me comunicó su significado: gota de agua. La verdad, me sentí un poco idiota en aquel momento, pero ya saben ustedes de lo que son capaces los padres novatos de hacer y decir; yo, no iba a ser una excepción.Después de una semana, volvimos a España; mi obsesión era estar montada en el avión, a miles de kilómetros de aquellas tierras, a salvo las dos. Un poco impostora me sentía, pero sinceramente al contemplar a Ping dormida, me daba cuenta que por ella, hubiera sido capaz de hacer cualquier cosa.En el aeropuerto me estaban esperando mis padres, mi hermano, mi cuñada y mis tres sobrinos. ¡Qué hermosa era la familia!... Me tiré a los brazos de mi madre de una manera que nunca lo había hecho; comprendí entonces a mi madre.Los años siguientes fueron de auténticas penurias económicas; hube de vender mi casa para pagar a la familia de Carmen. Nos cambiamos a una casa a las afueras con un pequeño jardín. Las paredes se caían a cachos, nada funcionaba, pero entre mi padre y mi hermano hicieron habitable aquella ruina de casa; hoy, no la cambio ni por la más lujosa del mundo. En el jardín crece un hermoso guinko y dos cerezos que al llegar la primavera transforma los escasos metros en un edén.En mi trabajo, los muy guarros, me destituyeron del cargo que ocupaba. ¿Saben por qué? Dedicaba menos tiempo a él, pero les puedo asegurar que seguí siendo una profesional, cosechando éxitos para la empresa, pero ésta nunca me perdonó que cambiara las horas por mi hija en vez de ellos.El día que decidí traspasar la delgada línea nipona, sin duda volví a nacer; esta vez al planeta de las emociones y emotividad, donde no hay fronteras para expandir todo lo que llevas dentro, para dar y devolver todo lo que te ha sido concedido, para cambiar en tu balanza lo malo por lo buenoHe mirado las pequeñas estatuillas de luchadores de sumo junto a los folclóricos bailadores de flamenco, que a su lado, se les ve famélicos y esmirriados, y no he podido evitar sonreír y dar gracias por haber fundido dos culturas en mi vida.Dentro de pocas horas Jia Li Chang Ping Carmen se casa con Guinea Jack, oriundo de África; será la perfecta geisha para su esposo. Su actitud serena y contemplativa ante la vida, me induce a reafirmar que lo lleva en sus genes.He dejado de llorar; mi ojos se han convertido en los de una rana, rojos y saltones de la hinchazón; no paro de reírme por este pensamiento mío, loco y disparatado ¿Cómo serán mis nietos? ¿Tez negra con ojos rasgados bailando una jota o una sevillana? Claro que… luego ellos se pueden casar a su vez con un indio o mejicano y… ¡Qué bello es vivir!

MªÁngeles Cantalapiedra

lunes, 14 de abril de 2008

EL CARA PÚAS de Socorro Mármol


Esta es una historia de la Escuela donde nos enseñábamos a leer y escribir.
Cuando nos mudaron de parvulitas a mayores, la Manola, la hija del de los "Almacenes Fantasías Ultramarinas", llegó a clase con un plumier de lujo dentro de su cabás; era la única que tenía un plumier de dos pisos porque su padre era un tendero de posibles; y nosotras le tomamos ojeriza a la Manola por dárselas de ricacha con aquel plumier.
Dende el primer día que lo trajo a la Escuela ya se le vieron las intenciones de hacernos de menos, porque deseguida fue a llevarle su plumier a que se lo viera la Señorita; y cuando se arrodeó' p'a volver a su pupitre, y ya no le veía la cara la Maestra, nos torció la boca hacia un la'o que en mi Pueblo es como se dice: ¡jódete!
Pero bien caro que lo pagó –que dicen que Dios no se queda con n'á' de naide-.
Un día, en el recreo, el hijo del Refugero, el de los Montes Comunales, nos obsequió con una sabandija muy rarísima que dijo que era una araña que se llamaba tarántula. Nos la dio a cambio de dos o tres palabras, y unas risicas que le echamos dende la alambrera de partición de los patios del recreo, mientras nos removíamos las sayas enseñándole las senaguas, y diciéndole lo que le oíamos decir a las putas de las casas de la Carrehuela: "Mira, bonico, que lo que han de comerse los gusanos que lo disfruten los cristianos".
La arañuela era negra, con visajes granates en el lomo, gorda y fea, y le pusimos de mote CaraPúas por lo pelú'a que era, y la metimos, con muncho cudiao, en un plumier de probes de un solo piso, que nunca abríamos en demasía, porque nuestro amiguillo nos dijo que si CaraPúas s'asomaba y nos picaba, estiraríamos la pata; a no ser que aluego nos entrara el bitango[1] p'a echar la ponzoña con las convulsiones.
Lo que aconteció con ella tenía que pasar. Lo hicimos sin mala fe.
Como el plumier era de hojalata, le abrimos bujeros en la tapadera y le hicimos uno más grande p'a meterle hormigas y moscas p'alimentarla y mirarla por él, aunque no se la guipaba ni en queriendo. Entonces la Manola, en viéndonos tan afanosas con nuestra pertenencia, -que ni su padre podía mercarle, tan pudiente como era-, se quería arrimar a nosotras y nos hacía la jarrica[2]. Pero nosotras, por mucho que nos porfiaba, no le consentimos ni una vez a la Manola asomarse a ver a CaraPúas, en venganza por lo de su plumier; y cuando s'arrimaba le decíamos: ¡mosca afuera que te pica la araña! Y eso, -me pienso yo-, era un aviso de buena voluntad, aunque no le mentábamos lo que teníamos allí adrentro p'a que trinara[3] y se enrabietara.
Pero ella era cerril y, un día, se escapó del recreo y se puso a hurgar en nuestros pupitres buscando el plumier. Nosotras la vimos descaparse pero, como sabíamos a donde iba, nos conjuramos de silencio p'a darle una lección; a ver si la Manola le echaba mano al bicho y le entraba el bitango p'a tres o cuatro días. Pero lo de espicharla p'a siempre no entraba en nuestros cálculos. A mí, en viéndola dende el patio cómo levantaba la tapa de mi pupitre, se me vino a la boca lo de "mosca afuera que te pica l'araña"; pero no tuve alientos p'a darle aviso, no fuera que las demás me enfilaran[4] a mí.
Cuando la encontraron extendía en el suelo, más tiesa que el varal del trono, deseguida nos figuramos que CaraPúas nos había venga'o, porque la Manola tenía una hinchazón en los morros que solamente podía ser de un boca'o del bicho. El plumier estaba abierto y vacío en el suelo junto a la mano de la Manola.
Lo malo es que la Manola feneció p'a siempre y CaraPúas nunca más apareció.
La MaestraAmiga nos llevó a los responsos muy enfilá's y con mucho orden. Como debe ser. Luego ya no gorvimos a mentar aquello.
Pero ahora que semos grandes, y estamos p'a borrarnos de la Escuela donde nos enseñamos, no queremos ni mirarnos a la cara cuando vemos el plumier de la Manola, que lo tiene la MaestraAmiga; que se lo obsequió el padre de la Manola como reconocimiento por habernos lleva'o a to'as las alumnas a la Parroquia a llorarle la muerte de la hija.
Gaviola de Aznaitín

ENJAMBRE DE BESOS de Manuel Cubero

Hola amiguitos, hoy os voy a contar una historia de Villa Alegre.
Como vosotros sabéis, Villa Alegre es una de las aldeas más lindas de la comarca. Asentada entre un riachuelo de aguas cantarinas y un frondoso bosque de encinas, Paquito, el protagonista de nuestro relato de hoy, se sentía en ella el niño más feliz del mundo.

Sólo una cosa entristecía su vida cada año: Al terminar la recogida de la aceituna, su padre, se quedaba sin trabajo y tenía que viajar a otras tierras en busca del sustento diario para los suyos.

Como cada año, Paquito debía asistir al colegio, así que él y su madre se quedaban en el pueblo junto a la abuelita. Mamá no podía evitar que por las noches, cuando acostaba al niño y le regalaba el último beso del día, sus ojos dejasen escapar una lagrimilla.

Paquito observaba en silencio cómo mamá se limpiaba a escondidas la cara mientras abandonaba la habitación.

¿Por qué llorará mamá?, se preguntaba una y otra vez mientras esperaba que el sueño cerrase sus ojos.

Una noche, el viento azotaba Villa Alegre con tanta fuerza que su infernal ruido impedía al niño conciliar el sueño. Apagados por el silbido del aire que se filtraba por las rendijas de la ventana, desde la cocina llegaron hasta él rumores de una conversación. Eran mamá y la abuelita. Ana, su madre, se quejaba de que, como cada primavera, ella se tenía que quedar sola.

-Hija, piensa que tu marido lo hace por la familia. Gracias a su trabajo, podemos vivir dignamente durante todo el año.

-Ya lo sé, mamá. Como sé que él también se siente solo allá lejos. Pero no puedo evitar pensar en él. Deseo tanto tenerlo junto a nosotros… El otro día, hablando por teléfono, noté que hablaba entre sollozos: él tampoco puede soportar vivir lejos tantos meses sin ver crecer a Paquito…

Paquito sintió que un nudo se agarraba a su garganta cuando oyó estas palabras. Sin hacer ruido, se deslizó hasta la puerta de la cocina, se asomó muy despacito y pudo observar cómo la abuelita abrazaba a mamá mientras la besaba delicadamente. Entonces comprendió que mamá, como él, también necesitaba el cariño de papá.

Claro, se dijo, es que los besos de papá son tan hermosos… A la mañana siguiente, en el colegio, el maestro les leyó un poema de una poetisa llamada Gabriela Mistral. Paquito tomó papel y lápiz, dibujó una flor y se la mostró al maestro.

-Es la flor del beso –le dijo.

-Te ha quedado muy bonita –le respondió éste.

-¿Me presta usted el libro para copiar el poema que nos ha leído?

-Claro, hijo. Tómalo.

Cuando Paquito llegó a casa iba radiante de felicidad. Se colgó del cuello de su madre y distraídamente, como sin darle importancia, depositó en sus manos una cuartilla en la que, junto a la flor del beso, se podían leer unos versos.Mamá, sin poder evitar una lagrimilla de felicidad, los leyó en voz alta mientras el niño regaba de besos su rostro:
"Madre, madre, tú me besas,
pero yo te beso más,
y el enjambre de mis besos
no te deja ni mirar"...

Este fue el día más feliz de aquella primavera.

Manuel Cubero

domingo, 13 de abril de 2008

EL BENEFICIO DE LA LOCURA de Andrea Zurlo


"Todos los sentimientos extremos se emparentan con la locura"
Orlando - Virginia Woolf

(Dedicado a Carla)
En su casa de aire acuna a su niño. Acariciándole los cabellos rubios le cuenta las estrellas que los charcos se beben, y le da de comer pedacitos de luna recién cortada, mientras él cierra sus ojos, celestes y chispeantes, y finge un sueño tranquilo mecido por el canto de su madre.

Por la mañana lo llevará a la escuela y, como todos los días, mirarán abrazados a los niños vestidos de blanco entrando en esa gran caja gris con rejas en las ventanas y, entonces, reirán felices por sus vidas libres y gitanas, sin horarios ni libros donde vuelen las palabras, ni meriendas envueltas en papeles aceitosos, ni maestras que le escarmienten las impertinencias.

Libres y felices, sin que el tiempo pase, capturados en un amor eterno que no teme los abandonos. Al igual que cada día, los niños observarán, con temor y malicia infantil, a esa pordiosera andrajosa que abraza un muñeco sucio y maltrecho, con pocos cabellos rubios y unos ojos celestes tuertos, ignorando que lo abraza desde que su niño subió con una bandada de pájaros azules a colgar nubes en el cielo, ignorando que esa sonrisa estúpida que les regala es un don precioso, que le adorna el rostro desde que mereció el beneficio de la locura.

Andrea Zurlo

jueves, 10 de abril de 2008

TENEMOS QUE HABLAR de Angeles Cantalapiedra


Siento melancolía, ganas de llorar. No es buen trago tener que recoger la vida de tus padres. Meterla en una caja y guardarla en el trastero hasta que un día terminas tirando a la basura recuerdos de toda una vida…
Acabo de encontrar mi diario. No sabía que mi madre guardara estas cosas, ¡ay Mamá, eras tremenda!..."…Hoy he tenido un día muy malo, creo que el peor de mi vida. Me han suspendido sociales por mis faltas de ortografía. Doña Maruja, la víbora, apodada así por ser un reptil que va silenciosa, espiándote los actos, las miradas, se arrastra sin que te enteres hasta que saca los dos dientes huecos inyectándote el veneno procedente de una glándula que está en su cabeza cardada y llena de laca… Entonces, te deja seco en el instante; me ha matado en varias fases.No me gusta el colegio, odio estudiar y mis compañeros son falsos, pelotas y chivatos. Estábamos en clase de la pitón, sor Cipriana, y se me ha ocurrido tirar aviones de papel. Luisito, el sopla tubos de turno, ha dicho "Hermana Jaime nos está molestando a todos"… En ese momento ha entrado la Víbora, oyendo todo y me ha comunicado "Jaime salte fuera, tenemos que hablar"Allí nadie ha hablado conmigo y me he pasado casi dos horas tirado como una colilla; con ganas me hubiera tomado una mierda de esas que preparan en el parque a base de Coca-Cola con alcohol. Veo a los imbeciles estos que con una que se tomen bien cargada, olvidan todo… Eso es lo que hubiera querido yo. Todos salían de clase y me dedicaban miradas despectivas, tampoco ellos han hablado conmigo. ¿Acaso son mejores que yo? Que yo sepa, ellos hacen cosas malas: mienten, roban en los grandes almacenes CD que yo tardo siglos como un idiota en ahorrar para comprar uno sólo. Se emborrachan como cerdos y, cuando pierden el control, meten mano a las tías. Se mofan de los débiles y fuman mierdas que les hacen levitar… Eso sí, llegan al colegio con cara de angelitos, pulcros y estudiados. ¿Eso es lo que quieren los mayores? ¿La verdad o la mentira pintada de hipocresía?Ya en clase, la víbora me ha hecho ponerme de pie y, dejándome en ridículo, me ha llamado analfabeto por mis faltas de ortografía, vago por mis nulos conocimientos y guarro por mis melenas mal peinadas. ¿Eso era lo que teníamos que hablar? He cerrado los puños y aguantado el chaparrón… Quería llorar, me encontraba solo pero he esperado para llegar a casa.Me he encerrado en la habitación, mi cueva secreta; he mirado las paredes atiborradas de cursiladas que ha ido poniendo mamá y me han dado ganas de tirarlo todo… y así lo he hecho. He pisado con todas mis fuerzas la foto que tanto le gusta a mamá; estoy como un memo chupando un caramelo. ¿De verdad soy ese mermado que aparece retratado? No me gusto nada, larguirucho, esmirriado, narizotas, los labios gordos como un chorizo y, ¡dios, qué dientes de conejo! Tiraba al suelo todo con fuerza y saña… De verdad que me he sentido mejor… sólo he dejado mis legos, las construcciones que me hacen olvidar lo que no me gusta, construyendo con mis manos otra realidad bastante más sugerente que ésta que se empeñan en que viva. Repollo, mi mascota, me mira con sus ojillos de oso travieso y le abrazo; es el único que me entiende. Este gesto me recuerda a los achuchones que mamá me daba hasta dejarme sin respiración, ¡los echo tanto de menos!, pero se los prohibí, eso es de niñatos. Además, me sentía fatal que me gustaran y más si estaba delante del "sopla tubos" de mi hermano mayor. No aguanto a ese cretino de risa fácil y pelo engominado.He sentido que la puerta de mi cueva se habría de golpe: mi padre, el nazi de la familia. Por decreto ley se hacen las cosas y para colmo me dice "Jaime, tenemos que hablar" ¿De qué voy a hablar con este desconocido si lo único que hace es vocear y mandar?Mientras recogía metiéndolo en una bolsa de basura, ¡lo voy a tirar todo!, me he acordado de Pedro. ¡Qué mal lo estoy pasando!, le conocí en unas convivencias el verano pasado; era tres años mayor que yo y de todo sabía y de todo hablaba. Un tío legal como pocos, honesto, sincero, simpático… Cuando volvimos, me dio su teléfono por si alguna vez quería quedar con él, pero mis padres me llevaron a la mierda de la playa como todos los veranos. Me encontraba tan cambiado, tan distinto, que mis amigos de la infancia, me parecían no sólo perfectos extraños, sino además unos pardillos… Me aburrí como una ostra. Al volver de vacaciones, le llamé, salimos varias veces. ¡Me encontraba en el cielo!, era la persona que me entendía, la horma de mi zapato como dice la abuela Pura. Retumba en mi cabeza una frase suya "Tu edad es como la noche, un mundo de claroscuros que invita a expresar lo que te pide el alma"; de esta forma me hablaba Pedro.Un día me llamó a casa y cogió el teléfono "el pelos planchados", el tonto de mi hermano; a voz en grito me dijo "Jaime, te llama un mariconazo"… no volví a ver a Pedro; siempre se inventaba una excusa para no quedar y de esto hace cuatro meses.Ha llegado mamá y contemplado muda el desastre de la cueva, de mis ojos enrojecidos… Por cierto, he roto con las tijeras del pescado la ropa, tampoco me gustaba. Ella sabe, es más lista que las ratas, que algo me pasa. pero ¡qué más quisiera yo que saberlo! Mi madre es un inspector, que no habla; recoge pruebas, las analiza, las estudia y luego… Es imprevisible; siempre te sorprende, pero hoy su actitud ha sido para cagarse en todo. ¿sabes lo que ha dicho? "Jaime, tenemos que hablar"Que sepáis todos, mundo de mierda, que no quiero hablar, quiero que se me escuche.P.D. He sentido un ruido y me he quedado agazapado entre las mantas. Porque me da vergüenza, si no, me hubiera hecho pis de miedo. Al rato, he dado la luz; en la mesa he visto a Repollo, mi mascota, con un papel atado al cuello. Me he levantado y he ido a mirar."Jaime, sé tú mismo a viento y marea; no te avergüences ni de lo que eres ni de lo que sientes. Bucea dentro de ti; abre los ojos, absorbe lo que te rodea… elige y lo demás, déjalo de lado.Si quieres que hablemos, que me cuentes… mamá es una cotilla que estará encantada… Te quiero hasta con los dientes sucios y con tu cabeza enmarañada"


… He cerrado el diario. He sentido que mi madre estaba entre las cajas observándome y he querido sentir sus abrazos, aquellos que tanto le negué.
Me ha encontrado Luis, mi marido, llorando sin parar. Con la sensibilidad que le caracteriza me ha preguntado:
-Jaime, ¿quieres que hablemos?

MªÁngeles Cantalapiedra

CASCINA GOBBA de Alix Rosales

"La morte non é nel poter comunicare ma nel non poter piú essere compresi"
Pier Paolo Pasolini

Estaba allí, yo lo ví, y nadie me hizo caso. Esa mañana no fui al colegio, me dolía mucho la garganta y por la noche había tenido un poco de fiebre. Caminábamos apresuradas entre el tránsito peatonal de Milán —mi madre tiraba de mi mano, no sé si es que temía perderme en medio de la horda o temía perderse ella entre la multitud que salía de la línea metropolitana .Era como un gran ejército de robots a quienes se les escapaba un segundo de vida todos los días. Ríos interminables de automóviles que fluían por las calles, colores que desaparecían en un parpadear de ojos. Mil rostros que se consumían en nubes smog y de cigarrillos, mil gestos y desvelos, de disgustos, sueño y hambre que se paseaban y dibujaban un malestar eterno de todos los días.

Nosotras —mi madre y yo- finalmente nos acercábamos por los senderos de Cascina Gobba, y de allí a mi parada definitiva. Por un instante creí reconocer una jaula, si, una especie de jaula al lado de un banco de la plaza e inmediatamente exclamé:
— Mamá, ¿adivina qué he visto?... ¡No me lo vas a creer!, ¡es una jaula y seguro que tiene un animal dentro!
Ella sin volver la cabeza por la prisa de ir al trabajo me regañó y apretó mi mano con firmeza; un gesto que he detestado toda mi vida y que ella continuaba haciéndolo, porque hasta el cansancio me lo ha dicho, que no debo fijarme en modo detallado en las personas o en las cosas, que es de muy mala educación. Pero yo no puedo cambiar esta actitud muy mía, e insitía en que había visto una jaula. Ella para concluir el asunto me aseguró que lo había soñado. Aún así, yo estaba segura de haberla visto y sabía que no se trataba de ningún delirio febril.

Dos horas más tarde Leonora y yo fuimos de compras al supermercado, llevamos a su hijita que aún estaba de brazos, los otros dos hijos que eran contemporáneos conmigo no vinieron, estaban en clases. Esta chiquilla lloraba y gritaba que era una delicia; la metimos en el carrelo de las compras y comenzamos a dar vueltas entre los estantes poblados de productos. Al rato, mientras Leonora cogía el número y hacía la cola en la charcutería me pidió que fuera al departamento de los cereales, pues había olvidado el corn flakes. Me fui directa hacia la salida del supermercado, pensando que si daba una carrerita hasta la plaza podría ver de nuevo la jaula. Sentía que mi corazón era un caballo y casi que se me desbocaba por dentro, tanto por el esfuerzo de correr y mi debilidad, como por el susto de ser descubierta y que me metiera en un pasticho con mi mamá, y con Leonora. Al girar la esquina, allí, estaba de nuevo. Crucé con precaución la calle y me acerqué a la jaula. Levanté la tela oscura que la cubría por un lado, y descubrí unos ojos marrones que me miraban con cierta pena, descifraba una tristeza en ellos, ¿soledad o miedo? Me conmoví con esa mirada de ardilla asustada, de mona o de mono, ¡qué se yo!... Pude tocar los dedos de su mano y asquearme del mal olor que se desprendía de su cuerpo encorbado. Volví varias veces la cabeza para ver si alguien se acercaba a nosotros. Nadie lo veía, ¡solo yo! En esta parte de la ciudad se unen la antigua y la nueva Milán, los muros de las antiguas iglesitas olvidadas, de los antiguos edificios, algunos parecen que se quieren caer encima de los desconocidos indolentes, que se confunden y se funden como pensamientos. Lo mismo que Gobba, el mitico personaje de Cascina que quizás existió o simplemente es otro que se escondió de la mirada de la gente, en el ruedo transparente del mito y la realidad. El pobrecillo no tuvo la suerte del Gobbo (jorobado) de Notre Damme que le hicieron un cuento, y una película y quedó impreso en el recuerdo e imagen de su ciudad.

Me detuve al pie de la escalera que va hacia el subterráneo del metro. Por segundos hice que se detuvieran más de un transeunte, pero nadie atendió mi preocupación. Vacilaban y continuaban su camino. Disgustada emprendí la carrera de vuelta al supermercado y me encontré con que me solicitaban por el altavoz en la dirección. Leonora estaba enfadada, me le había perdido de vista por mucho rato. Y no sólo estaba enfadada conmigo también con su bebita llorona que no daba tregua con sus chillidos. No entiendo que divertimiento le encuentra al llorar sin motivos aparentes. De lo que si estoy segura que esos gritos ponen los nervios de punta a quien sea, lo juro.
Le pedí disculpas a Leonora por mi osada escapada, a proveché para suplicarle y convencerla de que me acompañase hasta la plaza, que le iba enseñar mi valioso motivo. Ella con voz histérica me gritó un no profundo y amargo. Luego respiró hondo como arrepentida de haberme gritado y después creo que reflexionó sobre la invitación, pues tomamos las bolsas de las compras y nos fuimos caminando lento por el peso de la bebé en sus brazos y las bolsas de las compras. Cuando de pronto se detuvo, y yo también extenuada, porque llevaba muchos más peso que Leonora en las bolsas. Volvió su mirada y me preguntó:

— ¿Todavía quieres ir a la plaza... a tomar un poco de aire?...
No esperó mi respuesta, porque de inmediato agregó: —¿dónde fue que viste lo que viste?Y tomamos el camino hacia la plaza.
Llegamos y nos sentamos en un banco. Allí le conté con todo detalle sobre mi descubrimiento. Lamenté mucho que ya no estuviera la jaula para mostrarsela, se escondió de tanta indeferencia alrededor. La pequeña, por fortuna, se tranquilizó y hasta sonreía, se había calmado de sus pataletas, de modo que tomamos nuestros paquetes y comenzamos a andar hacia la casa. Leonora iba muy sonriente por mis ocurrencias, por un lado le decía que había visto un gran simio, como el de la película "planeta de los simios" y por otro lado, le contaba que era una graciosa monita. Ella añadió mucho más sal a mi ensalda, decía que era Chita la de Tarzán. Yo sé que en la última producción de Tarzán no tenía mona.
Con el pasar de los días mi madre yo seguíamos con el ritmo de siempre entrenadas atleticamente para no llegar tarde al colegio ni a la oficina. El mundo a nuestro alrededor era como siempre. La gente me parece que no siente ya nada de especial al despertarse por la mañana, son autómatas que no se dan cuenta qué cosas pueden tener a sus pies y regalarles un microsegundo que se les haga diferente. A mi madre se le acumulan los periódicos sin leer y los amontona sobre una mesilla. Cuando hace un hueco en sus programas y quehaceres se tumba en el suelo y comienza a leerlos, dice que "no es tan malo leer noticas viejas". Y finalmente llegó la hora: pudo creerme, que no fue por un delirio febril. En el periódico publicaron: el caso de una mona extraviada no se sabe cómo en la plaza del metro de Cascina. Tampoco se supo quien la dejó ahí después del largo viaje desde el Norte de Africa. El reportero expresó que la recogió un grupo del Enpa (Ente Nacionale Protezione Animali) y que fue enviada a un centro holandés, especializado en recuperar primates. Yo no comprendo, ¿ porqué no la llevaron a su casa? Africa estaba más cerca que Holanda, eso creo... "la vida es muy dura cuando se tienen ocho años"... así dice Cédric*, y en su defecto, pienso que será menos difícil cuando se tienen diez...Así parece. Sin embargo, sigo sin comprender muchas cosas, mientras, canto una vieja canción en dialecto milanés que dice: "Sota brascett per la veggia Milan..."


Alix Rosales

miércoles, 9 de abril de 2008

TRAVESURA DE INFARTO de Lola Bertrand


-Mamáaaa, Guille se ha arrancado la lengua,- escuché decir a Loló, mi hija mayor, de cuatro años, parada en el quicio de la puerta de mi habitación.
Detrás de ella…
Era un tórrido día del mes de julio, vivíamos en Sevilla por aquel entonces, y a pesar de mis recién cumplidos veintidós años, ya tenía tres hijos que me tenían siempre cansada y medio loca.A las cuatro en punto de la tarde, -sé que era esa hora porque en un impulso miré el reloj cuando escuché el grito- estábamos, mi marido y yo, tumbados encima de la cama, con un ojo abierto y otro cerrado,tratando que pasaran lo antes posible las horas de calor. La persiana estaba semi-cerrada, por lo que la habitación se hallaba en penumbras.
Mis dos hijos mayores, en la habitación de al lado, se entretenían en silencio con sus juguetes…"Demasiado silencio", recuerdo que pensé en un momento dado.Entré en un duerme-vela, vencida por el calor y el cansancio, hasta que las palabras de Loló, parada en la puerta de la habitación, me despertaron de golpe:
-Mamáaaa, Guille se ha arrancado la lengua…
Detrás de ella apareció Guille, balbuceando, con la boca abierta y "algo" colgándole, unos veinte centímetros hacia fuera.Me puse nerviosa, a qué negarlo, y mi esposo también. Había poca luz,por lo qué "lo que vimos" horrorizados, fue la lengua del niño balanceándose entre los labios, y… aquél extraño gorgoteo que no eran palabras.
Las siluetas de mis dos niños se recortaban contra la luz que entraba del pasillo, y verlos allí, parados, semi desnudos, me produjo un escalofrío de miedo: ¡parecían un par de gnomos salidos del aire!
Guille, a pesar de sus tres años, era tremendo, lo suyo era travesura tras travesura, cada una más extravagante que la anterior, pero arrancarse la lengua, aquello era ya demasiado, esta vez se había pasado de rosca.Encendimos la luz de la habitación para ver cómo de grande era el desastre. Confieso que cerré los ojos un instante: ¡no quería verlo!
Cuando los abrí, pude comprobar que lo que le colgaba de la boca a mi hijo, no era su lengua: ¡era un brazo de plástico de una de las muñecas de su hermana!
Reconozco que tengo un hijo muy original, y laborioso también, porque no es fácil meter la lengua por un agujerito tan pequeño: meterla entera.El problema que se nos planteó era terrible: ¡sacarla de donde estaba!La lengua se había hinchado y hecho el vacío; empezamos por tirar con mucho cuidado, pero, ni por esas , nada de nada , y el niño chillaba de una manera rara.
Segunda opción: cortar el brazo con un cuchillo, pero… ¿ y si de paso le cortábamos la lengua?; nos dio miedo, empezamos a sudar y apensar a toda la velocidad que nuestro cerebro sorprendido nos dejaba.¿Una cuchilla?, no, es muy frágil para cortar el plástico rígido.¿Las tijeritas de las uñas?, peor, se rompieron al primer intento.Untamos la unión del brazo con la lengua con: jabón, miel, VicVaporub, Nivea…
Pensábamos que así se deslizaría hacia fuera, pero nada. Guille,berreaba,-creo que arrepentido-, y todos sudábamos a pesar de estar practicamente en pelotas, pero el calor y la excitación nos habían colocado casi al borde del infarto.
Mi marido me preguntó, como dudando:-¿Y con el taladro? Si le hacemos unos agujeritos muy finos, con mucho cuidado, claro, a lo mejor se "desprende "sola….
-Ni se te ocurra,- sentencié perdidos ya los papeles-, a "mi niño"no le agujereas tú la lengua.A las seis de la tarde decidimos afilar bien las tijeras del pescado,y con una paciencia infinita conseguimos liberar la lengua de Guille;Loló aplaudió como si aquello fuera una función de teatro de lo absurdo, aunque la lengua se había quedado completamente negra e hinchada.Pasó tres días sin poder hablar, ¡angelito!, y nunca más tuvo la curiosidad de escarbar dentro de las entrañas de una muñeca.
No sé que fue peor, su siguiente paso consistió en hacerse "bricolajero", pero esa es otra historia…

Lola Bertrand

EL NIÑO DE CRISTAL de Emma Rosa Rodriguez


Se sentaba cada tarde en el columpio, pero nadie le mecía.
También le gustaba echarse encima de una gran piedra a contemplar el estanque.
Era un niño triste que crecía solitario, huérfano de besos y caricias. Nunca supo por qué su madre, siempre encerrada en su habitación, le rechazaba, hasta que sin querer escuchó decir a una criada que su padre había muerto por salvarle a él la vida. Desde ese mismo momento dejó de comer y empezó a menguar. Su piel se volvió transparente; como si fuera de cristal. Cuando apenas podía ya moverse se subió a su piedra favorita y, al calor de un rayo de sol, su cuerpecito se quebró con un chasquido, dejando apenas un puñado de pequeñísimas astillas en forma de lágrima.
La madre, contempló la escena desde su ventana, y como si de repente despertara de un largo sueño, sintió todo el peso de la culpa y la soledad más absoluta. Entonces, escribió unas frases en un papel, bajó al jardín y abrazándose a la piedra, cerró los ojos y se dejó morir...
Llovieron varias primaveras…
Era un hermoso atardecer de verano, Paulina estaba jugando con su muñeca cuando miró hacia el columpio y descubrió con sorpresa que se movía solo, se acercó y lo empezó a empujar suavemente. Sus padres la observaron, parecía que hablaba con alguien. Era una niña muy alegre y con mucha imaginación, si no tenía amigos se los inventaba, así que ellos no le dieron importancia. La pequeña, curioseando en busca de florecillas, se acercó a una gran piedra que sobresalía entre las demás y descubrió, semienterrado, un pequeño cofre que abrió emocionada.
Encontró un papel con unas frases escritas: "Hijo mío, has muerto de pena por mi culpa. Porque nunca te abracé, porque jamás te dije ¡te quiero! Ahora ya es tarde para los lamentos, voy a reunirme contigo, no sé si podrás perdonarme...Pero yo no podré perdonarme a mí misma...Mamá"
Paulina, sin decir nada a sus padres, enterró el papel y se quedó con el cofrecillo. Al día siguiente, al bajar al jardín, descubrió que de la piedra, como si fuera una fuente, manaba un chorrito de agua que, al secarse con el sol, dejaba un pequeño montoncito de algo que parecía sal. La niña la recogió con cuidado y la depositó dentro del cofre. Así estuvo varios días, recogiendo y guardando la sal, hasta que observó que junto a la piedra había brotado una flor, luego otra y otra...
Estaban desayunando en el porche cuando oyeron el llanto de un niño, la pequeña y sus padres se acercaron al estanque, y descubrieron dentro de un cofre un bebé que parecía de cristal, la señora lo tomó en brazos con sumo cuidado, lo meció y lo arropó, hasta que su piel empezó a volverse sonrosada... Cuando el niño abrió los ojos y sonrió por primera vez, Paulina y su madre descubrieron que las flores alrededor de la gran piedra habían configurado un rosal que la ocultaba y la abrazaba completamente, al acercarse, comprobaron asombradas que sus tallos no tenían espinas...

Emma Rosa

EL RODADOR de Cati Cobas


Carlitos Romero fue rodador desde chiquito. En cuanto sentía en la pancita los retorcijones del hambre, rodaba, solito, y salía de la caja de manzanas que le servía de cunita allá, en la Villa Treinta y uno, cerca de Retiro.

Todos se asombraban cuando lo encontraban,hecho un ovillito, en la puerta del almacén de Doña Clota. Pero Carlitos se había dado cuenta de que doña Clota tenía leche de sobra para darle –estaba amamantando a su beba, pero la producción láctea era sumamente generosa- y como él era flaquito, y tenía carita de desgraciado, la mujer lo alzaba, mientras el bebé se regodeaba, al darse cuenta de que se iba a hundir en esos pechos generosos, tan distintos de los que tenía su mamá, un criolla seca de carnes y desentimientos.

Después, cuando fue a la escuela, comprendió que si visitaba la casa de algunos compañeros, iba a almorzar o merendar mucho mejor que en la suya, por lo que siguió rodando de casa en casa siendo,por lo general, bien recibido, ya que se fue convirtiendo en un muchachito prudente y ubicado, que se conformaba con lo que le daban, pero que siempre seguía buscando y rodando, como habíaaprendido a hacer en su cuna frutal, allá en la casa de chapa y cartón de la Treinta y uno.

Así, rodador, creció hasta que cuando se hizo grande le dio por las mudanzas. Ahí nadie pudo detenerlo. Lo supieron conocer primero en los barrios vecinos. En cuanto pescaba que había alguna casa que podía ser tomada, ahí se mudaba Carlitos con su carrito lleno de cachivaches. De todo llevaba: el catre, el roperito con la luna oxidada, la palangana para lavarse sin salir afuera y lo que más apreciaba: un botón de la blusa azul de Doña Clota, la misma blusa que tantas veces había visto desabotonarse con generosamagnanimidad.

Si Carlitos se daba cuenta de que le iban a reclamar la casa, mudarse le resultaba muy fácil: ponía todo adentro del carrito y se buscaba otro lugar para vivir mientras pudiera. Entretanto, para mantenerse, ejercía los más variados oficios; por ejemplo, fue deshollinador en Puerto Madero (el único problema eraque no había ni una chimenea por allí, pero eso para Carlitos no era obstáculo), ordeñador de vacas en la City (ahí tuvo el mismo problema que antes, ya que las vacas no se guardan en los bancos, y ya se sabe que lo único que hay en la City son entidades bancarias).

Nunca le sobró demasiado, pero hambre no pasó tampoco, porque de una u otra forma iba rodando para hacerse la diaria, aunque más no fuera ordeñando la máquina de café Express en el bar Pablito deVeinticinco de Mayo y Reconquista. Para eso tenía el botón azul deDoña Clota, que le servía de cospel de subte y también para hacer funcionar las máquinas expendedoras, como la que tenía Pablito a la entrada del boliche.

Un día, mientras pensaba a dónde mudarse, ya que le habían le venía el desalojo, se chocó de frente con Don Carlos Galván, el empresario más poderoso de la ciudad de Buenos Aires. Galván, con sucorpulencia hacía, por lo menos, cuatro Carlitos juntos y lo dejó aplastado en la vereda. Como Carlitos no acostumbraba quejarse,volvió a hacerse un bollito, y quedó a los pies de quien lo había derribado, igualito que en otra época en la puerta del almacén deDoña Clota. Don Carlos se compadeció de ese ovillito y lo metió en el portafolio. Así Carlitos consiguió mudarse a lo mejor de Palermo,justo frente a los lagos. Cuando rodó fuera del portafolio de DonCarlos, y se sentó junto a él en la biblioteca, el empresario,que le había tomado simpatía, le propuso: "Mirá Carlitos: necesito alguien como vos, de confianza. Tengo muchos problemas con el fiscoy como vos sos un desconocido para ellos, yo podría, si te parece,poner algunos bienes a tu nombre, vos me firmás un contra-documentoen el que me los devolvés y listo.

¿Qué te parece?"Carlitos pensó que total nada tenía que perder porque nada tenía hasta el momento, y aceptó. Para estar tranquilo sobre la fidelidad del Rodador, Don Carlos lo hizo mudar a su piso, en la torre más alta de la ciudad, desde donde se veía la orilla de Uruguay bien clarita así como los barquitos de vela navegando por el río marrón.Carlitos tuvo un poco de problema en este caso, porque no queríandejarlo entrar en el edificio con el carrito de la mudanza, que había ido a buscar a la última casa donde había vivido antes de su encuentro con Don Carlos. Aunque al final consiguió que se lo dejaran guardar en el garage del edificio.Y así, Carlitos comenzó una nueva etapa en su vida de rodar y rodar.El botón de Doña Clota lo llevaba siempre encima, aunque ahora no necesitaba usarlo: Don Carlos le proveía todo lo que necesitaba y más. Estaba muy contento de haber encontrado alguien como Carlitos,sin amigos, sin familia, que podía hacerse cargo de sus cosas sin molestar y sobre todo, sin preguntas.

Carlitos pensó que ya había dejado de rodar. Que había encontrado su lugar en el mundo. Que el botón de Doña Clota podría estar para siempre de adorno, colgado de su cuello, cuando sucedió lo inesperado.Un día, mientras se entretenía contando los veleros que brillaban bajo el sol de noviembre en el Río de la Plata, le llegó la noticia de que debía mudarse nuevamente: Don Carlos había tenido un accidente mortal y como todo estaba a su nombre…

Fue un poco complicado para la empresa de aviación subirle el carrito de las mudanzas a ese avión que partía a Nueva York, pero a un magnate de los kilates de Don Carlos Romero no podía negársele nada. La revista People dijo en uno de sus reportajes que se maravillaba de la ubicuidad y don de gentes del multimillonario cuyo distintivo empresarial era un botón de plástico azul en la solapa del impecable Armani.

© Cati Cobas

PREMIO


Queridos foreros ¡¡¡ nos han concedido un premio!!

Ha sido por la generosidad de nuestra compañera María Lasalete (dolce vitta 61)
Realmente somos Poetas del Corazón.
Un abrazo para todos y adelante con el Blog.
Lola Bertrand

martes, 8 de abril de 2008

¿Y...? de Luis Alfredo Alcocer




- Y, ¿cómo es el Sol?, tú siempre me hablas del Sol; venga, dime,Abuelo...
El anciano separó los dedos que tenía entrelazados; señaló con su mano derecha al techo, como si fuera un imaginario cielo:

- El Sol está ahí arriba, sobre todos nosotros; durante el día nos da luz, calor, hace que las plantas florezcan y crezcan.

Es enorme, luminoso, bello...

- ¿Y las estrellas?..., ¿cómo son la estrellas?

- Igual que soles pequeños, aunque algunas son enormes, pero están muy lejos; sólo aparecen de noche, cuando nuestro Sol se va a iluminar otras tierras, otras partes del mundo. El cielo,entonces, se vuelve azul y esos soles lejanos son puntitos de luz que lo adornan...

El niño calló un momento, parecía imaginar todo lo que escuchaba;luego, volvió a preguntar:

- Y, a ti, Abuelo, ¿qué te gusta más, el día o la noche?

- Prefiero la noche; me permite meditar, hablar contigo, soñar...

Esta vez la pausa fue más larga, como si el niño tuviera miedo a la pregunta, a la respuesta:

- ¿Por qué sólo puedo hablar contigo, por qué nunca salgo a la calle?... ¿Es que no hay otras personas, otros niños con los que pueda hablar y jugar? ¿Por qué nunca he visto el Sol o las estrellas...?

Calló el anciano, pasó su mano por sus humedecidos ojos; después,acarició con dulzura el cabello del muñeco que estaba en la cama,beso su carita diminuta de látex..., su voz era un susurro:

- Venga, mañana hablamos de eso. Es ya muy tarde y los niños como tú ya están todos dormidos.

- Lo que tú digas, Abuelo. Buenas noches.

- Buenas noches. Que descanses...

Subió la sábana hasta el cuello del muñeco, sin llegar ataparle la cara. Apagó la luz de la mesilla, besando antes la foto amarillenta de un niño rubio que estaba sobre ella .

Salió del cuarto procurando no hacer ruido.

-----Luis Alfredo Alcocer

lunes, 7 de abril de 2008

LA PESTITA de Cati Cobas


Verano en Buenos Aires. Boedo. Hora de la siesta. "¡Laponia, Laponia helados!", llama el heladero, y opone en el pregón la frescura del helado al viento caliente que mueve las hojas de los plátanos.

Un alguacil sobrevuela la escena y huye del acre olor a acaroína con el que los vecinos pintaron los troncos de los árboles y el cordón de la vereda para alejar el fantasma de la polio.

Se acerca el Carnaval. El camioncito avisa : "hay baile en San Lorenzo"…"damas,gratis" Las abuelas no sacaron sus sillones a la calle: todavía es muy temprano, y espían a través de las celosías entornadas.


-¿Vamos a dar una vuelta a la manzana? ¡Dále, che!-¡No! Pará. Si hay que pasar por lo de la Pestita yo no voy.

-A esta hora no está…llevemos las bicis.

-¿La bici? El otro día me rompió el manubrio y le echó la culpa a Gustavo, el que alquila la sala en casa de la Tana.

-Ése, santo no es. A mí me rompió las tacitas que me trajeron los Reyes. Pero el manubrio, fue ella seguro, de envidiosa…

Santo Temor les inspira la Pestita, Laura para la Pila Bautismal.Vive con unas tías al fondo del inquilinato de Doña Pilar. El padre la dejó con ellas porque su mujer los plantó de un día para otro.Pero los chicos no entienden de traumas psicológicos… Peticita y rubia, hipnotiza a sus víctimas con la fría mirada de sus ojos derata. Flaquita y movediza ataca y escapa veloz. No da tiempo a devolver el golpe, a vengar el arañazo. Lo que más enoja es esa facilidad para escapar y dejar el honor de todos mancillado, hecho pedazos.

-Me contó Vivi que el otro día, se le metió en la casa sin permiso y cuando la madre la echó, la insultó de arriba abajo.

-Pero, si la mamá de Vivi es bravísima.

-Si, pero la Pestita dice que el padre de ella es oficial de policía.


La indignación aumenta como el calor de la tarde.Nadie se anima a subir a las bicicletas. Recostada en el vano de la puerta, la diminuta silueta los congela a cincuenta metros. Los amenaza a distancia con su agitar de manos…ya está por atacar.

-¡Uy, uy, uy! ¡Ahí viene!

-¡Dale, escondete che!

-¿Y si en vez de escaparle la enfrentamos? No puede dominarnos para siempre…

-Tenés razón. Busquemos el palo de escoba con el que mi mamá traba la cancel.

-Llamemos a Gustavo y a la Vivi.

-¡Allá vienen la Negrita, Horacio y Ricardito!

-¡Uy, uy, uy! ¡Ahí está!

-¡Escondete que ya llega!-

¡Esta vez sí que no se salva!


Bien machucada que da la tal Pestita. Como un cuzco lastimado se escapa lamiendo sus heridas. Pero algo es cierto…el padre policía aparece amenazador y grandote, y pide cuentas.

Lope de Vega debe sentirse orgulloso, porque en Fuenteovejuna rediviva se convierte esa calle del barrio de Boedo perfumada con acaroína, mientras el fantasma de la polio ronda amenazante.A partir de este día y para siempre, todos la llamarán Laurita, la Modosa.

Cati Cobas

domingo, 6 de abril de 2008

EL PATIO de Alix Rosales

*A Rafael, que lo cogió la noche...

Cuando apenas tenía cinco años mi abuela Aminta me llevó a la casa de una de sus hermanas. Ellas pasaban mucho tiempo sin verse porque vivían en distintas provincias. Yo estaba que no cabía en mí, tanto por el viaje en autobús expreso –una novedad- como por volver a ver una pariente de la cual sólo recordaba su dulce sonrisa, una larga cola recogida a la altura de la nuca, y nada más.

Al llegar al terminal de autobuses nos recibió un señor que llevaba sombrero, quien abrazó a mi abuela y sujetó nuestra maleta. Caminamos hacia una parada de colectivos, ellos iban hablando de cómo estuvo el recorrido, de cuánto tiempo había pasado desde que no se veían, y fue entonces, cuando nos subimos en un viejo colectivo. Allí el señor me apretó disgustosamente la mejilla y me dijo: "bonita" y comprendí que se trataba del cuñado de la abuela, el tío-abuelo Rafa.

Yo lo miraba fijamente a razón del sombrero, él me volvía la mirada entre charla y charla y me hacía gestos para caerme simpático. Hasta que no me lo aguanté y le pregunté:
—Míra, ¿dónde está tu caballo?, ¿tú no tienes caballo?¿Eres un vaquero si o no?
El soltó una carcajada que todavía retumba en mis oidos, su cara se puso roja, además de plizada por las arrugas. Me sentí ridícula, pero era la verdad, yo veía en la televisión que los hombres que llevaban sombrero montaban a caballo.

Al siguiente día salí hacia el patio de la casa, iba acompañada de mi prima Yolita, una de las tantas nietas de la tía-abuela Gladys. El patio era enorme, no se podía ver el confín, de modo que con un espacio así de vasto la diversión estaba asegurada. Comenzamos a jugar y correteamos por todas partes, a escondernos detrás de los árboles de mango, guayaba y guanábanas; el perfume de los frutos impregnaban mi naríz. Cerca de la salida de la cocina había un pequeño jardín ornamental, allí me detuve a observar ¡No lo podía creer!... la tía abuela tenía una planta carnívora. Advertí a Yolita de no acercarse mucho, que corría peligro, y ella incrédula no me obedeció, pero me aseguraba que la planta no comía gente, que ella y sus otros primos jugaban allí y nada les había sucedido, sólo cualquier rasguño con las espinas de las hojas.

A la hora de la cena, aquella casa se llenó de gente, todos parientes que dichosos nos saludaban. Mi prima Yolita y yo nos juntamos con los otros primos para jugar después de cenar. Ella les comentó sobre mi descubrimiento, sobre la planta carnívora. Todos dudaron de mí y me decían que esas plantas no existían, que eran inventadas por la televisión, como todas las cosas que pasaban en ella. Yo no quería quedar como una ilusionista, así que llamé al tío abuelo Rafa para pregutarle sobre dicha planta. El aseguró mi hipótesis y todos los chicos sorprendidos querían ir hasta el patio para verla, pero en tal euforia, el tio nos recomendó que era mejor esperar al día siguiente para verla a la luz del sol.

El nuevo día no se hizo esperar y después del desayuno me fui al patio y aunque me mordía de las ganas de tocarla, y me moría del pavor de ser devorada, me conformé con observarla. Después me fui a lo último del patio donde había un corral, con gallinas y sus pollitos, cogí uno y huí de los picotazos de la gallina que me persiguió por un poco. Quería tener algo en mano para demostrarle a mis primos que yo tenía razón, pero los demás chicos junto a sus padres todavía no llegaban, lo harían para la hora del almuerzo. Como tardaban mucho no me pude contener y ¡zas! lancé el polluelo contra la planta, mas no sucedió nada, el polluelo estropeado por el accidente piaba y basta. La planta no se movió para tragarlo. Entonces comprobé que la planta no como pollos, come gente. Y esto no lo podía demostrar y nadie se atrevería a demostrarlo. Y para cuando se me ocurriera algo, ya habíamos tomado el autobús de regreso a casa.

Pasaron dos meses y la abuela Aminta quiso que la acompañara de nuevo a la casa de la tia abuela Gladys. Yo no sabía el por qué de estos viajes así repentinos, aunque pude ver en este segundo encuentro, que la tia Gladys estaba perdiendo su cola de caballo y ahora se ponía una pañoleta variopinta en la cabeza, se veía muy pálida y delgada, pero esos son cosas de las hablan los adultos, mi emoción consistía en ir a visitar el patio. Me escapé antes del desayuno y me encontré con una sorpresa, la planta estaba allí y tenía huevos en las puntas. Corrí asustada pensando que la planta sí podía comerse el polluelo, pero sin que nadie estuviera ahí para verlo. Imaginé que la planta se había comido a la gallina antes de poner los huevo, por eso le quedaron las cáscaras en las puntas. Llegué al gallinero y la gallina no estaba, sólo el gallo y los pollos de dos meses atrás, ya grandes, sin las hermosas plumas amarillas. Sentí la voz del tio Rafa que me llamaba para desayunar.

Durante el desayuno le dije al tío que quería hacerle ver algo. En efecto, él asintió y concedió veracidad a mi teoría e hipótesis, añadiendo, que la gallina si se la comió la planta y que casi todos los días él compraba huevos frescos en el mercado y se los daba a la planta como un sacrificio. Por eso es que la planta no me haría daño, porque no tendría jamás hambre, era satisfecha siempre a toda hora, tanto que no se comía las cáscaras y las dejaba en las puntas de cada penca.

Seguimos en un recorrido por el gigante patio y vi un árbol muy particular, con hojas brillantes y gruesas de textura, echaba raices como dianas y se me vino a la mente: ..!Tarzán! Mi tío decía que esa planta se llamaba "caucho". En esta oportunidad nos quedamos menos tiempo y partimos al amanecer. En el autobús sentí mucha nostalgia de aquel lugar que dejaba atrás, como los árboles a la orilla del camino, uno a uno se quedaba atrás.

A los poco días le conté todas mis aventuras a mi madre y ella, muerta de risa, se los contó a mi abuela Aminta. Ellas juntas, a carcajadas, me explicaron que la planta, era un maguey y me aseguraban que todo era una historia fantástica inventada por el tío Rafa, para divertirse. Y yo no quería aceptarlo, pues entonces ¿cómo fueron a parar las cáscaras de huevo en las puntas? Mi abuela me dijo, que ella misma vió al tio Rafa que se comió un huevo crudo en ayunas y colocó la concha en una de las puntas.
¡Qué decepción la mía!, pero de todas maneras iba a corroborar esa tesis a mi regreso, que sería dos semanas más tarde.

Volvimos al pueblo de los tíos, y tía abuela Gladys estaba cada vez más rara, como una anchoa salada. Supe que estaría mejor al terminar un tratamiento novedoso, y su belleza florecería. Aproveché esta vez para imponer seriedad al tío Rafael, con distancia y respeto, para que no me tomara más el pelo con sus historias. Aquel patio había perdido el atractivo, descubrí que no era tan especial. Pero una sorpresa me esperaba. El árbol extraño, llamado "caucho", tenía montones de neumáticos colgados de las dianas; quise volver a la cocina donde estaba mi abuela con la tía porque imaginé que era otra de las bromas del tío, devuelta tropecé con él. Y otra vez quiso jugarme una pesada broma, diciéndo que, "como era el árbol de caucho, producía ruedas para automóviles".

Esta vez no le creí. Regresé a la casa corriendo, llamé a la abuela Aminta para mostrarle el árbol bizarro. Ella -con una risita escondida- dijo:
—¡Qué maravilla!, ahora en la vejez Rafael puedes poner una venta de neumáticos, de verdad que tienes un gran tesoro en casa...

Alix Rosales Fazio
Desde Catania
*Rafael Escobar, un tio abuelo real, falleciò hace 4 años en Santa Bàrbara- Venezuela, esto es en su memoria...

HAY OTROS NIÑOS de Lola Bertrand

El niño se levantó del lecho de duro polvo, amanecía un día menos en su casa sin techo ni paredes.
Se lavó con sumo cuidado en el lavabo de sin-agua, y se atusó el pelo frente al no-espejo, se puso-descompuso-dispuso su ropa de siempre; zapatos no necesitaba, el frío del invierno endurecía sus pies de tal manera que los convertía en dos botas insensibles.

¿Cuándo sintió calor por última vez?

¿Alguna vez sintió calor?

¿Le diste calor, tú, si acaso…?

El niño, - pero… ¿era un niño?- era tan diminuto que si no alzaba sus ojos solamente veía del resto del mundo cinturas y cinturones.

¿Alguien lo veía a él?

Se supone que nadie.Ni el policía de la esquina, ni el señor acaudalado que atravesaba el paso de peatones, ni la señora con el carrito de la compra que transitaba por la acera.

El niño buscaba su alimento, disputándoselo a los perros, ¡hay tantas sobras que son manjares! ¿Lo has pensado… ¿¡Piénsalo!

El niño no sabía que se acercaba la Navidad, pero miraba los árboles iluminados como si fueran una puerta al infinito.¡Eran tan mágicas y calentitas sus bombillas!

El niño era uno más, intuía que había otros como él detrás de cada banco, en los soportales, a la vuelta de cada esquina. Llorando,sucios, con hambre y con la cara llena de churretes de indiferencia.Pero él…, él se había lavado aquella mañana, y estaba presentable,podía transitar con orgullo por el mundo de los sin-mundo.Alargó su mano para tocar el sol, y solamente agarró con sus manitas extendidas, un pedazo minúsculo de aire.

Una lágrima, suya, tuvo la suficiente piedad para lavarle el rostro,antes de que el mundo, el poder, y la corrupción tuvieran la indiferencia de matarle.

Nadie sabrá jamás quien fue, es más, ni siquiera les interesa saberlo.

Lola Bertrand

LUISITA de Atho

En el recodo de la luz plateada, donde no llegan las sombras, los árboles de la plaza San Francisco acarician el frescor de un silencio eterno que muere en el puente que abraza al río perezoso.
Hace años, el abuelo Pepe, besó una flor de cerezo, y pidió un deseo, lo arrojó al rio Vero, y el amor llegó con el viento.
Ahora sobre las callejas de su alma, caen como gotas de lluvia, los recuerdos perdi­dos. Brillos irisados que alumbran los aljibes de su memoria.
Un mar de luna cubre la ciudad en la noche sortílega de las Fiestas Mayores; se refleja en los cristales de las ventanas de las calles, despiertas a esa horas, brillantes estrellas de artificio que estallan en las fuentes del Vivero, señalan el final de los festejos.
Por unos momentos, Pepe, camina al borde de la realidad, entre luz y tiniebla. No tiene sombra. El tiempo se ha detenido. Tiene la sensación de haber regresado del oráculo de Delfos, tras la guerra de Troya, que fue su vida profesional. De ese lugar incierto, más allá del viento del Norte, donde habitan, los guerreros del poder.
Comienzan para él las fiestas de la Tercera Cosecha. En el tránsito peli­groso del pasado al futuro, quiere olvidar las torturas de los egoístas, los ramalazos de los necios, las coces pétreas de los envidiosos.
Quiere soñar. Ilusionarse con una idea. Diseñar una utopía. Practicar el pensamiento, el conocimiento y la comprensión.

Luisita, su nieta, tira de su mano y le devuelve a la realidad.
-Yayo, ¿como se llama este río?
-Vero.
-¿Por qué se vacía?
-Sus aguas vuelven al mar, donde nacieron.
-¿Como tú, yayo?

-Vamos a casa, yaya nos estará esperando para ir al Coso.
-Mañanas te haré una gran pompa de jabón. Entrarás y verás el mundo de colores.
-¿Como saldré?
-¡Dándole una patada al Arco iris! Pues tú, Lui, eres con tu sonrisa, el color de un mundo feliz.

ATHO