martes, 29 de abril de 2008

LA COINCIDENCIA de Ernesto Engarza

Habían acordado reunirse en la taberna de Juan Antonio "El Mosquito", en Rute. A las seis de la mañana, antes de que amaneciera, pues el grupo de cazadores debía salir con el alba hacia el Coto ya concertado, para cazar la perdiz en ojeo. No sin antes, echarse al coleto las consuetudinarias copas de aguardiente para combatir el frío de la madrugada.
Desde Lucena, en un "Land Rover", viajan, para asistir a la convocatoria, cuatro amigos, pertrechados de sus escopetas, cananas, cartuchería, etc., con los indumentos propios de la cacería
La noche es cerrada y el cielo está negro y encapotado amenazando copiosa lluvia.
Para acortar tiempo y distancias, el "Land Rover", emprende ruta campo a través, por caminos terrizos que discurren entre espesos y sombríos olivares. Ya próximos, en su viaje, a las inmediaciones de Rute, una lluvia torrencial va dificultando la marcha y la visibilidad, aguzando la vista del conductor que redobla sus precauciones en el camino totalmente anegado.
De pronto, el piloto, queda como hipnotizado, y por unos momentos, con la vista fija a unos diez metros del punto por el que discurría. El frenazo hizo patinar al coche en el camino embarrado, y al detenerse, quien conducía, absorto, y mirando a sus compañeros, les preguntó: - ¿Vosotros habeis visto lo que yo he visto? -. Uno de los acompañantes iba distraído charlando con los demás y dijo no haber visto nada; pero los dos restantes, con ánimo sobrecogido y llenos de sorpresa, le contestaron casi al unísono que habían observado como una niña vestida de primera comunión, con una bolsa-limosnera, corona de blancas flores, nacarado devocionario y una luz en la mano derecha, atravesaba la senda y se perdía entre los olivos. Ello, confirmó la visión del conductor.
Comentaron con emoción exaltada la sorpresa y trataron de escudriñar con la vista, hacía dentro del olivar, sin hallar ningún vestigio de la niña en cuestión. Cuando se tranquilizaron los ánimos, después de la fuerte impresión que la visión les causó, pusieron de nuevo el coche en marcha hasta arribar a la taberna del "Mosquito" donde les esperaban. Aún no había amanecido.
Allí debían de estar tres compañeros con los que formarían grupo para la cacería proyectada, pero solo encontraron a dos. Estaban acodados en el mostrador, con sus copas de aguardiente ya comenzadas. Al entrar los cuatro lucentinos, con semblantes cariacontecidos y tras de los saludos de rigor, preguntaron enseguida por el hombre que faltaba: un tal Ginés Padilla. Los interpelados, componiendo sombríos rostros, se miraron entre sí, y por fin, "El Mosquito" resolvió la pregunta contestando: - "Ginés no vendrá. Está, desde ayer tarde, velando a su hija Estrella, que murió repentinamente de un ataque al corazón. Ayer de mañana, hizo la Primera Comunión. La zagalilla tenía siete años, pero ya, desde hace un tiempo, venía padeciendo enfermedad. El entierro será esta tarde." –
Un silencio denso, pesado, abrumador, se apoderó de todos los concurrentes. Las copas de aguardiente iban sucediéndose ininterrumpidamente y "El Mosquito" ni siquiera reparaba en contabilizarlas para su cobro. También él las bebía pausadamente.
La luz del mediodía, mortecina y velada por la densa lluvia, se filtraba a través de la ventana.
Las escopetas, la cartuchería, las mochilas…, quedaron olvidadas en un rincón de la taberna, mientras afuera, arreciaba la lluvia, y las gruesas gotas iban dejando una monótona letanía sobre el techo del "Land Rover" aparcado en la puerta.
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29-4-08 Ernesto

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