domingo, 6 de abril de 2008

EL PATIO de Alix Rosales

*A Rafael, que lo cogió la noche...

Cuando apenas tenía cinco años mi abuela Aminta me llevó a la casa de una de sus hermanas. Ellas pasaban mucho tiempo sin verse porque vivían en distintas provincias. Yo estaba que no cabía en mí, tanto por el viaje en autobús expreso –una novedad- como por volver a ver una pariente de la cual sólo recordaba su dulce sonrisa, una larga cola recogida a la altura de la nuca, y nada más.

Al llegar al terminal de autobuses nos recibió un señor que llevaba sombrero, quien abrazó a mi abuela y sujetó nuestra maleta. Caminamos hacia una parada de colectivos, ellos iban hablando de cómo estuvo el recorrido, de cuánto tiempo había pasado desde que no se veían, y fue entonces, cuando nos subimos en un viejo colectivo. Allí el señor me apretó disgustosamente la mejilla y me dijo: "bonita" y comprendí que se trataba del cuñado de la abuela, el tío-abuelo Rafa.

Yo lo miraba fijamente a razón del sombrero, él me volvía la mirada entre charla y charla y me hacía gestos para caerme simpático. Hasta que no me lo aguanté y le pregunté:
—Míra, ¿dónde está tu caballo?, ¿tú no tienes caballo?¿Eres un vaquero si o no?
El soltó una carcajada que todavía retumba en mis oidos, su cara se puso roja, además de plizada por las arrugas. Me sentí ridícula, pero era la verdad, yo veía en la televisión que los hombres que llevaban sombrero montaban a caballo.

Al siguiente día salí hacia el patio de la casa, iba acompañada de mi prima Yolita, una de las tantas nietas de la tía-abuela Gladys. El patio era enorme, no se podía ver el confín, de modo que con un espacio así de vasto la diversión estaba asegurada. Comenzamos a jugar y correteamos por todas partes, a escondernos detrás de los árboles de mango, guayaba y guanábanas; el perfume de los frutos impregnaban mi naríz. Cerca de la salida de la cocina había un pequeño jardín ornamental, allí me detuve a observar ¡No lo podía creer!... la tía abuela tenía una planta carnívora. Advertí a Yolita de no acercarse mucho, que corría peligro, y ella incrédula no me obedeció, pero me aseguraba que la planta no comía gente, que ella y sus otros primos jugaban allí y nada les había sucedido, sólo cualquier rasguño con las espinas de las hojas.

A la hora de la cena, aquella casa se llenó de gente, todos parientes que dichosos nos saludaban. Mi prima Yolita y yo nos juntamos con los otros primos para jugar después de cenar. Ella les comentó sobre mi descubrimiento, sobre la planta carnívora. Todos dudaron de mí y me decían que esas plantas no existían, que eran inventadas por la televisión, como todas las cosas que pasaban en ella. Yo no quería quedar como una ilusionista, así que llamé al tío abuelo Rafa para pregutarle sobre dicha planta. El aseguró mi hipótesis y todos los chicos sorprendidos querían ir hasta el patio para verla, pero en tal euforia, el tio nos recomendó que era mejor esperar al día siguiente para verla a la luz del sol.

El nuevo día no se hizo esperar y después del desayuno me fui al patio y aunque me mordía de las ganas de tocarla, y me moría del pavor de ser devorada, me conformé con observarla. Después me fui a lo último del patio donde había un corral, con gallinas y sus pollitos, cogí uno y huí de los picotazos de la gallina que me persiguió por un poco. Quería tener algo en mano para demostrarle a mis primos que yo tenía razón, pero los demás chicos junto a sus padres todavía no llegaban, lo harían para la hora del almuerzo. Como tardaban mucho no me pude contener y ¡zas! lancé el polluelo contra la planta, mas no sucedió nada, el polluelo estropeado por el accidente piaba y basta. La planta no se movió para tragarlo. Entonces comprobé que la planta no como pollos, come gente. Y esto no lo podía demostrar y nadie se atrevería a demostrarlo. Y para cuando se me ocurriera algo, ya habíamos tomado el autobús de regreso a casa.

Pasaron dos meses y la abuela Aminta quiso que la acompañara de nuevo a la casa de la tia abuela Gladys. Yo no sabía el por qué de estos viajes así repentinos, aunque pude ver en este segundo encuentro, que la tia Gladys estaba perdiendo su cola de caballo y ahora se ponía una pañoleta variopinta en la cabeza, se veía muy pálida y delgada, pero esos son cosas de las hablan los adultos, mi emoción consistía en ir a visitar el patio. Me escapé antes del desayuno y me encontré con una sorpresa, la planta estaba allí y tenía huevos en las puntas. Corrí asustada pensando que la planta sí podía comerse el polluelo, pero sin que nadie estuviera ahí para verlo. Imaginé que la planta se había comido a la gallina antes de poner los huevo, por eso le quedaron las cáscaras en las puntas. Llegué al gallinero y la gallina no estaba, sólo el gallo y los pollos de dos meses atrás, ya grandes, sin las hermosas plumas amarillas. Sentí la voz del tio Rafa que me llamaba para desayunar.

Durante el desayuno le dije al tío que quería hacerle ver algo. En efecto, él asintió y concedió veracidad a mi teoría e hipótesis, añadiendo, que la gallina si se la comió la planta y que casi todos los días él compraba huevos frescos en el mercado y se los daba a la planta como un sacrificio. Por eso es que la planta no me haría daño, porque no tendría jamás hambre, era satisfecha siempre a toda hora, tanto que no se comía las cáscaras y las dejaba en las puntas de cada penca.

Seguimos en un recorrido por el gigante patio y vi un árbol muy particular, con hojas brillantes y gruesas de textura, echaba raices como dianas y se me vino a la mente: ..!Tarzán! Mi tío decía que esa planta se llamaba "caucho". En esta oportunidad nos quedamos menos tiempo y partimos al amanecer. En el autobús sentí mucha nostalgia de aquel lugar que dejaba atrás, como los árboles a la orilla del camino, uno a uno se quedaba atrás.

A los poco días le conté todas mis aventuras a mi madre y ella, muerta de risa, se los contó a mi abuela Aminta. Ellas juntas, a carcajadas, me explicaron que la planta, era un maguey y me aseguraban que todo era una historia fantástica inventada por el tío Rafa, para divertirse. Y yo no quería aceptarlo, pues entonces ¿cómo fueron a parar las cáscaras de huevo en las puntas? Mi abuela me dijo, que ella misma vió al tio Rafa que se comió un huevo crudo en ayunas y colocó la concha en una de las puntas.
¡Qué decepción la mía!, pero de todas maneras iba a corroborar esa tesis a mi regreso, que sería dos semanas más tarde.

Volvimos al pueblo de los tíos, y tía abuela Gladys estaba cada vez más rara, como una anchoa salada. Supe que estaría mejor al terminar un tratamiento novedoso, y su belleza florecería. Aproveché esta vez para imponer seriedad al tío Rafael, con distancia y respeto, para que no me tomara más el pelo con sus historias. Aquel patio había perdido el atractivo, descubrí que no era tan especial. Pero una sorpresa me esperaba. El árbol extraño, llamado "caucho", tenía montones de neumáticos colgados de las dianas; quise volver a la cocina donde estaba mi abuela con la tía porque imaginé que era otra de las bromas del tío, devuelta tropecé con él. Y otra vez quiso jugarme una pesada broma, diciéndo que, "como era el árbol de caucho, producía ruedas para automóviles".

Esta vez no le creí. Regresé a la casa corriendo, llamé a la abuela Aminta para mostrarle el árbol bizarro. Ella -con una risita escondida- dijo:
—¡Qué maravilla!, ahora en la vejez Rafael puedes poner una venta de neumáticos, de verdad que tienes un gran tesoro en casa...

Alix Rosales Fazio
Desde Catania
*Rafael Escobar, un tio abuelo real, falleciò hace 4 años en Santa Bàrbara- Venezuela, esto es en su memoria...

1 comentario:

GRECIA MOLERO PACHECO dijo...

SUPER LINDO LLENOS DE RECUERDOS QUE LLENAN NUESTRA VIDAS DE TANTAS ALEGRIAS, EMOCION E INOCENCIA...