jueves, 10 de abril de 2008

CASCINA GOBBA de Alix Rosales

"La morte non é nel poter comunicare ma nel non poter piú essere compresi"
Pier Paolo Pasolini

Estaba allí, yo lo ví, y nadie me hizo caso. Esa mañana no fui al colegio, me dolía mucho la garganta y por la noche había tenido un poco de fiebre. Caminábamos apresuradas entre el tránsito peatonal de Milán —mi madre tiraba de mi mano, no sé si es que temía perderme en medio de la horda o temía perderse ella entre la multitud que salía de la línea metropolitana .Era como un gran ejército de robots a quienes se les escapaba un segundo de vida todos los días. Ríos interminables de automóviles que fluían por las calles, colores que desaparecían en un parpadear de ojos. Mil rostros que se consumían en nubes smog y de cigarrillos, mil gestos y desvelos, de disgustos, sueño y hambre que se paseaban y dibujaban un malestar eterno de todos los días.

Nosotras —mi madre y yo- finalmente nos acercábamos por los senderos de Cascina Gobba, y de allí a mi parada definitiva. Por un instante creí reconocer una jaula, si, una especie de jaula al lado de un banco de la plaza e inmediatamente exclamé:
— Mamá, ¿adivina qué he visto?... ¡No me lo vas a creer!, ¡es una jaula y seguro que tiene un animal dentro!
Ella sin volver la cabeza por la prisa de ir al trabajo me regañó y apretó mi mano con firmeza; un gesto que he detestado toda mi vida y que ella continuaba haciéndolo, porque hasta el cansancio me lo ha dicho, que no debo fijarme en modo detallado en las personas o en las cosas, que es de muy mala educación. Pero yo no puedo cambiar esta actitud muy mía, e insitía en que había visto una jaula. Ella para concluir el asunto me aseguró que lo había soñado. Aún así, yo estaba segura de haberla visto y sabía que no se trataba de ningún delirio febril.

Dos horas más tarde Leonora y yo fuimos de compras al supermercado, llevamos a su hijita que aún estaba de brazos, los otros dos hijos que eran contemporáneos conmigo no vinieron, estaban en clases. Esta chiquilla lloraba y gritaba que era una delicia; la metimos en el carrelo de las compras y comenzamos a dar vueltas entre los estantes poblados de productos. Al rato, mientras Leonora cogía el número y hacía la cola en la charcutería me pidió que fuera al departamento de los cereales, pues había olvidado el corn flakes. Me fui directa hacia la salida del supermercado, pensando que si daba una carrerita hasta la plaza podría ver de nuevo la jaula. Sentía que mi corazón era un caballo y casi que se me desbocaba por dentro, tanto por el esfuerzo de correr y mi debilidad, como por el susto de ser descubierta y que me metiera en un pasticho con mi mamá, y con Leonora. Al girar la esquina, allí, estaba de nuevo. Crucé con precaución la calle y me acerqué a la jaula. Levanté la tela oscura que la cubría por un lado, y descubrí unos ojos marrones que me miraban con cierta pena, descifraba una tristeza en ellos, ¿soledad o miedo? Me conmoví con esa mirada de ardilla asustada, de mona o de mono, ¡qué se yo!... Pude tocar los dedos de su mano y asquearme del mal olor que se desprendía de su cuerpo encorbado. Volví varias veces la cabeza para ver si alguien se acercaba a nosotros. Nadie lo veía, ¡solo yo! En esta parte de la ciudad se unen la antigua y la nueva Milán, los muros de las antiguas iglesitas olvidadas, de los antiguos edificios, algunos parecen que se quieren caer encima de los desconocidos indolentes, que se confunden y se funden como pensamientos. Lo mismo que Gobba, el mitico personaje de Cascina que quizás existió o simplemente es otro que se escondió de la mirada de la gente, en el ruedo transparente del mito y la realidad. El pobrecillo no tuvo la suerte del Gobbo (jorobado) de Notre Damme que le hicieron un cuento, y una película y quedó impreso en el recuerdo e imagen de su ciudad.

Me detuve al pie de la escalera que va hacia el subterráneo del metro. Por segundos hice que se detuvieran más de un transeunte, pero nadie atendió mi preocupación. Vacilaban y continuaban su camino. Disgustada emprendí la carrera de vuelta al supermercado y me encontré con que me solicitaban por el altavoz en la dirección. Leonora estaba enfadada, me le había perdido de vista por mucho rato. Y no sólo estaba enfadada conmigo también con su bebita llorona que no daba tregua con sus chillidos. No entiendo que divertimiento le encuentra al llorar sin motivos aparentes. De lo que si estoy segura que esos gritos ponen los nervios de punta a quien sea, lo juro.
Le pedí disculpas a Leonora por mi osada escapada, a proveché para suplicarle y convencerla de que me acompañase hasta la plaza, que le iba enseñar mi valioso motivo. Ella con voz histérica me gritó un no profundo y amargo. Luego respiró hondo como arrepentida de haberme gritado y después creo que reflexionó sobre la invitación, pues tomamos las bolsas de las compras y nos fuimos caminando lento por el peso de la bebé en sus brazos y las bolsas de las compras. Cuando de pronto se detuvo, y yo también extenuada, porque llevaba muchos más peso que Leonora en las bolsas. Volvió su mirada y me preguntó:

— ¿Todavía quieres ir a la plaza... a tomar un poco de aire?...
No esperó mi respuesta, porque de inmediato agregó: —¿dónde fue que viste lo que viste?Y tomamos el camino hacia la plaza.
Llegamos y nos sentamos en un banco. Allí le conté con todo detalle sobre mi descubrimiento. Lamenté mucho que ya no estuviera la jaula para mostrarsela, se escondió de tanta indeferencia alrededor. La pequeña, por fortuna, se tranquilizó y hasta sonreía, se había calmado de sus pataletas, de modo que tomamos nuestros paquetes y comenzamos a andar hacia la casa. Leonora iba muy sonriente por mis ocurrencias, por un lado le decía que había visto un gran simio, como el de la película "planeta de los simios" y por otro lado, le contaba que era una graciosa monita. Ella añadió mucho más sal a mi ensalda, decía que era Chita la de Tarzán. Yo sé que en la última producción de Tarzán no tenía mona.
Con el pasar de los días mi madre yo seguíamos con el ritmo de siempre entrenadas atleticamente para no llegar tarde al colegio ni a la oficina. El mundo a nuestro alrededor era como siempre. La gente me parece que no siente ya nada de especial al despertarse por la mañana, son autómatas que no se dan cuenta qué cosas pueden tener a sus pies y regalarles un microsegundo que se les haga diferente. A mi madre se le acumulan los periódicos sin leer y los amontona sobre una mesilla. Cuando hace un hueco en sus programas y quehaceres se tumba en el suelo y comienza a leerlos, dice que "no es tan malo leer noticas viejas". Y finalmente llegó la hora: pudo creerme, que no fue por un delirio febril. En el periódico publicaron: el caso de una mona extraviada no se sabe cómo en la plaza del metro de Cascina. Tampoco se supo quien la dejó ahí después del largo viaje desde el Norte de Africa. El reportero expresó que la recogió un grupo del Enpa (Ente Nacionale Protezione Animali) y que fue enviada a un centro holandés, especializado en recuperar primates. Yo no comprendo, ¿ porqué no la llevaron a su casa? Africa estaba más cerca que Holanda, eso creo... "la vida es muy dura cuando se tienen ocho años"... así dice Cédric*, y en su defecto, pienso que será menos difícil cuando se tienen diez...Así parece. Sin embargo, sigo sin comprender muchas cosas, mientras, canto una vieja canción en dialecto milanés que dice: "Sota brascett per la veggia Milan..."


Alix Rosales

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